Javier Pérez de Cuéllar, Ilustre Diplomático Peruano que prestigió al Perú a nivel mundial al ejercer durante diez años la Secretaría General de las Naciones Unidas, nació en Lima el 19 de enero de 1920, hijo de Ricardo Pérez de Cuéllar y Rosa Guerra. En sus Memorias informa que “…por haber sido hijo único de Ricardo Pérez de Cuéllar y Rosa Guerra y Zevallos, fui confiado por ellos, debido a sus constantes viajes, al cuidado de la tía Elvira, cuñada de mi padre, y de sus cuatro hijos, Carlos, Rosa, Consuelo y Águeda, a quienes, por ser bastante mayores que yo, llamaba tíos”. Compartió su niñez con sus primos Rosa y Carlos Pérez Cánepa Jiménez, hijos del tío Carlos. Realizó sus primeros estudios en el colegio de La Salle, siguiéndolos en el de San Agustín.
Los antecedentes de su vocación por la Diplomacia se remontan a su interés por lo extranjero durante su niñez y adolescencia. Tenía colección de monedas y de estampillas del mundo entero, que mejoraron su conocimiento de la geografía. Le atraían las revistas en francés e inglés, por lo que se esforzó en aprender idiomas, especialmente el francés. Salía con su primo Carlos a las calles de Lima para ver y contar las banderas de su país de origen que los comerciantes extranjeros izaban junto a la peruana en ciertos días festivos.
Ingresó a la Cancillería en 1940, a los veinte años, a la vez que continuó sus estudios en la Universidad Católica; y al Servicio Diplomático el 7 de diciembre de 1944 como Tercer Secretario.
Optó el grado de Bachiller en Derecho en octubre de 1944 con una tesis titulada Reconocimiento de Estados y de Gobiernos. Natural consecuencia de esa formación jurídica fue su convicción sobre la importancia del Estado de Derecho en todos los países, y en particular de los derechos humanos. Dos meses después, en diciembre de ese mismo año, obtuvo en la misma universidad el título de abogado.
Significativamente, sus primeros nombramientos en el exterior fueron en dos países miembros permanentes del Consejo de Seguridad: Francia y Gran Bretaña. Llegó a París, en plena Segunda Guerra Mundial, pocos meses antes de la capitulación de Alemania, el 8 de mayo de 1945. A fines de diciembre de ese año fue integrado a la delegación peruana en la Comisión Preparatoria de las Naciones Unidas que se estaba reuniendo en Londres para estructurar la nueva organización mundial, fundada unos meses antes en San Francisco. Durante las cuatro semanas que desempeñó esas funciones negoció, conjuntamente con dos jóvenes colegas, igualmente Secretarios Adscritos, no ante las delegaciones de las grandes potencias que ya habían comprometido su voto, sino ante otras de menor importancia mundial, como las de los árabes, para que el Perú ocupara el único puesto para América Latina en la Comisión Económica. Cuando los embajadores que integraban la delegación peruana les preguntaron cómo habían logrado ese éxito, el joven Pérez de Cuéllar tuvo ganas de responder: “trabajando».
La carrera de Pérez de Cuéllar lo llevó a posiciones de creciente experiencia en Londres, La Paz y Río de Janeiro, así como en el Ministerio de Relaciones Exteriores, donde sirvió sucesivamente como Jefe de los Departamentos Legal, Administrativo y Político, y como Jefe de Protocolo. En 1964 obtuvo el primer nombramiento de Embajador en Suiza. Luego de dos años retornó a Lima para asumir el cargo de Viceministro y Secretario Genera1 de Relaciones Exteriores. Después que el General Juan Velasco Alvarado asumiera el gobierno en 1968 con un golpe de estado, Pérez de Cuéllar fue nombrado a exterior como Primer Embajador del Perú en la Unión Soviética. Sus esfuerzos en extender la amistad y buena voluntad del Perú, independientemente de consideraciones ideológicas, causaron una duradera impresión en las altas esferas soviéticas, que se manifestó cuando, ejerciendo el cargo de Secretario General de las Naciones Unidas, fue recibido cálidamente por los líderes soviéticos.
En 1971 fue nombrado Representante Permanente del Perú ante las Naciones Unidas, cargo que desempeñó hasta 1975 sirviendo dos veces como Presidente del Consejo de Seguridad. Sus intervenciones sobre temas vinculados con la temática del desarrollo y la pobreza del tercer mundo lo hicieron ampliamente conocido en la comunidad de países pertenecientes a dicho espacio mundial.
En 1978 fue llamado por el Gobierno del Perú para servir como Embajador en Venezuela. Un año después, Waldheim le propuso ser uno de los dos Secretarios Generales adjuntos para Asuntos Políticos Especiales. El Ministerio de Relaciones Exteriores, luego de consultar con el Presidente de la República, le pidió que aceptara, pues convenía que el cargo fuera ocupado por un peruano. Desempeñó el cargo desde 1979 hasta 1981.
En 1981, Pérez de Cuéllar retornó al Perú a pedido del Presidente Fernando Belaunde Terry, para ser acreditado como Embajador en el Brasil. Pero ese nombramiento no recibió en el Plenario del Senado el número requerido de votos positivos para ser aprobado debido a manipulaciones, por motivos personales, de un Senador. Cuando llegó a Lima la noticia de que estaba siendo mencionado en la pugna para Secretario General de las Naciones Unidas, Pérez de Cuéllar se hallaba en una posición “de alguna manera incómoda”.
No quería comprometer su independencia e imparcialidad, condiciones éticas indispensables para el ejercicio de la función de Secretario General de la ONU. Finalmente, el Consejo de Seguridad decidió, por catorce votos a uno, recomendar que la Asamblea General nombrara a Pérez de Cuéllar como Secretario General. La Asamblea accedió al pedido nombrándolo de inmediato y por consenso.
Frente al fracaso de las negociaciones de Alexander Haig, Secretario de Estado en el gabinete del Presidente Ronald Reagan, para encontrar solución al conflicto, la mejor alternativa que se encontró fue la mediación de un país latinoamericano que siempre hubiera sido un aliado histórico de Argentina, y ninguno mejor que el Perú, uno de los pocos países con un régimen democrático. La Casa Blanca, conociendo las relaciones muy estrechas entre el Perú y Argentina, solicitó al Presidente Peruano, Fernando Belaúnde Terry, que plantease la necesidad de negociaciones a la Junta Militar de Argentina, constituyéndose así como un posible intermediario entre Argentina y los Estados Unidos. El plan de paz que Belaúnde propuso a los argentinos difirió un poco de lo que había propuesto Estados Unidos; estipulaba «el cese inmediato de las hostilidades», el retiro simultáneo y mutuo de todas las fuerzas y la presencia de representantes ajenos a las dos partes involucradas en el conflicto para administrar temporalmente las islas, con el objeto de concluir las negociaciones antes de la fecha límite fijada el 30 de abril de 1983.
El día 2 de mayo, cuando Belaúnde propuso su plan de paz a los argentinos, estos lo tomaron muy en cuenta. Lamentablemente, el mismo día el submarino inglés Conqueror torpedeó el crucero argentino General Belgrano, hundiéndolo y provocando el fallecimiento de trescientos soldados argentinos. Como resultado de ello, el plan de paz de Belaunde fue dejado de lado. Se produjo una escala en los combates, y una serie de ataques y contra ataques que fueron favorables a los británicos por tener la superioridad militar. Con el fracaso de la intervención del Perú, fracasaron las últimas esperanzas de Estados Unidos para reconciliar a sus dos aliados.
Pérez de Cuéllar había dirigido el 19 de abril a argentinos, británicos y estadounidenses una nota informal, pidiéndoles que utilizaran el marco de las Naciones Unidas para resolver el conflicto, llamado reiterado el 26 de ese mes. Finalmente, el 2 de mayo presentó a argentinos y británicos un plan con condiciones de un alto al fuego y retiro de las tropas. A pesar de la intervención del Perú como mediador en el conflicto, Pérez de Cuéllar no detuvo su mediación. Cuando la mediación norteamericana y peruana llegó a su fin con la destrucción del crucero argentino, quedó la ONU como único intermediario. Con el apoyo de todas las potencias del Consejo de Seguridad, Pérez de Cuéllar propuso su plan a dicho Consejo el 12 de mayo. Pero a pesar de sus denodados y exhaustivos esfuerzos, no tuvo éxito; el 18 de mayo terminó su mediación. El Secretario General de la ONU declaró oficialmente el fracaso de las Naciones Unidas en la solución de este conflicto el 21 de mayo de 1982.
Sus conversaciones con el novísimo Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, quien lo invitó a Moscú, abordaron el nuevo papel que iba a asumir Naciones Unidas. Pérez de Cuéllar creyó entender que la Unión Soviética ya no podía competir con el poderío tecnológico de los Estados Unidos. Gorbachov quería resolver los problemas que enfrentaba la Unión Soviética mediante negociaciones en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Ello condujo a Pérez de Cuéllar a procurar enfocar en el Consejo de Seguridad los temas más arduos, que se encontraban estancados, donde el casi sistemático veto soviético había sido la regla. El consenso que Pérez de Cuéllar logró para encontrar solución a los serios problemas internacionales, a través del diálogo, en el Consejo de Seguridad, uno de cuyos cinco miembros permanentes era la Unión Soviética, constituyó uno de los orígenes del fin de la Guerra Fría.
Seis acciones constituyeron el éxito de su segundo período como Secretario General de la ONU: El retiro de las fuerzas soviéticas de Afganistán; el término del largo conflicto bélico entre Irak e Irán; la independencia del valeroso pueblo de Namibia, última colonia africana; su intervención en la invasión de Kuwait por Irak, con el apoyo del Consejo de Seguridad, en especial de Estados Unidos, lográndose la total independencia de Kuwait; la firma, en su presencia, del Acuerdo de Paz en El Salvador; y la liberación, en territorio libanés, de cinco rehenes, periodistas de Estados Unidos e Irlanda, capturados por terroristas supuestamente árabes. Estos resultados positivos dieron a la Asamblea General, al Consejo de Seguridad y a la opinión internacional la prueba de que la Organización de las Naciones Unidas era un mecanismo eficaz, siempre que sus miembros coordinaran esfuerzos entre ellos a través del Consejo y con la participación indispensable del Secretario General.
Al finalizar su segundo y último mandato, Pérez de Cuéllar había logrado un cambio considerable. No sólo la Organización de las Naciones Unidas había adquirido una considerable importancia. No solo se habían resuelto los problemas ya mencionados, sino que el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas se había convertido en parte activa en todas las grandes cuestiones internacionales. En 1998 se otorgó el Premio Nobel de la Paz a las Fuerzas de Mantenimiento de Paz de la ONU, reconocimiento que Pérez de Cuéllar recibió de manos del Rey Olaf V de Noruega. Tomada su decisión de no ejercer como Secretario General por tercer mandato, Pérez de Cuéllar se esforzó durante los meses que le quedaron en avanzar lo máximo posible en la solución de algunos problemas. Su última satisfacción fue dejar resuelto, en su último día, el grave asunto que enfrentaba El Salvador.
Finalizado el mes de abril de 1992, después de varios meses de permanencia en Nueva York Pérez de Cuéllar y su esposa, Marcela Temple, iniciaron la tarea de organizar su traslado definitivo al Perú. Interrumpió sus planes la noticia de la ilegítima disolución del Congreso por el entonces presidente de la República, Alberto Fujimori, en flagrante violación de la Constitución, rompiendo así el régimen democrático en el Perú. Como debía viajar a Washington para participar en una reunión del Inter, American Dialogue logró, con el apoyo del vicepresidente Máximo San Román, a quien Fujimori había ilegalmente separado de su cargo y que estaba de paso también en Washington, que esa prestigiosa institución protestara públicamente por el atropello jurídico cometido por el Gobierno de Fujimori. En vista de la instalación de una verdadera dictadura, Pérez de Cuéllar decidió, en 1992, no regresar al Perú e instalarse con su esposa en París, en espera del retorno a la democracia.
A fines de 1992 aceptó la invitación del Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Federico Mayor Zaragoza, y del nuevo Secretario General de la ONU, Butros-Ghali, para asumir a título honorario la Presidencia de la Comisión Nacional de Cultura y Desarrollo, que acababa de ser establecida, con sede en París y cuya noble meta era preservar el patrimonio cultural de todos los países en vías de desarrollo, incluyendo, desde luego, al Perú.
Pérez de Cuéllar señala en sus Memorias que la lucha fue desproporcionada y, por consiguiente, desafortunada. Entre las diversas razones de ello menciona: a) Que él no era un buen candidato; b) Que los partidos supuestamente de oposición al régimen decidieron no apoyar su candidatura, como fue el caso del Partido Aprista y de otros, que presentaron candidatos sin opción alguna; c) La ausencia del necesario respaldo del sector empresarial, adicto al régimen; y d) El hecho que se enfrentara a un régimen dictatorial que tenía el control del poder electoral y de las fuerzas armadas. Reconoce que él y sus colaboradores incurrieron en el gravísimo error de no retirar su postulación cuando se hizo público un inicial y premonitorio fraude electoral en el departamento de Huánuco.
El 22 de noviembre de 2000, Pérez de Cuéllar recibió una llamada telefónica del Presidente del Congreso y nuevo Presidente Constitucional de la República, doctor Valentín Paniagua, para invitarlo a colaborar con el gobierno que estaba constituyendo. Le propuso que asumiera la Presidencia del Consejo de Ministros. Pérez de Cuéllar aceptó de inmediato. A su llegada a Lima, el 24 de noviembre, trató con Paniagua del nombramiento de un equipo ministerial apolítico, como requería la situación del país. Desde un inicio, quedó acordado que Pérez de Cuéllar asumiría, además de la Presidencia del Consejo de Ministros, la cartera de Relaciones Exteriores.
José Antonio Arróspide, Secretario General y Viceministro durante su gestión como Canciller, al que Pérez de Cuéllar se refiere especialmente como inmediato colaborador de excelente preparación e insuperable lealtad, dirigió a la autora de este ensayo un mensaje por Internet, el 24 de julio de 2013, que, a la letra, afirma:
El retorno a la plena vigencia democrática que caracterizó la gestión de Javier Pérez de Cuéllar, como Primer Ministro y Canciller significó una reinserción del Perú en base a una nueva realidad y, consecuentemente, nuevas posibilidades de actuación exterior y presencia internacional.
El Perú era una democracia renovada y activamente comprometida en la lucha contra la corrupción. Ello se expresó, además de muchas gestiones en el ámbito bilateral, en la propuesta y gestión de la Carta Democrática Internacional que sin duda constituye uno de los pilares de la OEA. Así mismo, es destacable la persistente inquietud por lograr la adhesión a la Convención del Mar, en cuya gestión el Perú había tenido un importante papel.
En efecto, desde el inicio de su mandato como Ministro de Relaciones Exteriores, Pérez de Cuéllar dejó claramente sentado que el objetivo prioritario de su labor era “estructurar una política exterior destinada a restaurar la presencia del Perú en la comunidad internacional”. Pues al iniciarse el gobierno de transición, la política exterior del Perú “se encontraba afectada por los efectos de la crisis política e institucional y por una actitud de abierto desafío a los valores democráticos, el estado de derecho y los derechos humanos”, impuesto por el Gobierno anterior.
Una de las acciones que tuvo mayor repercusión internacional fue la inmediata regularización de las relaciones con la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el 30 de enero de 2001, primer paso hacia la normalización de las relaciones políticas con la comunidad internacional, meta anunciada en su exposición como Primer Ministro y Canciller ante el Congreso, el 11 de diciembre de 2000. Así, el 30 de enero, el Perú reconoció en su plenitud los fallos de dicha Corte, volviendo todos los peruanos a “estar protegidos por nuestra Constitución, por nuestras leyes, y por la Corte Interamericana de Derechos Humanos». Al día siguiente, el Congreso del Perú adoptó la Resolución Legislativa 27401, que derogó aquella, la 27152 – aprobada en julio de 1999 durante el Gobierno de Alberto Fujimori, para el retiro del Perú del “reconocimiento de la competencia contenciosa» de dicha Corte.
Pérez de Cuellar anunció también al Congreso que, estando él convencido de que la protección de los derechos humanos requería la conjunción eficaz de las instancias jurisdiccionales nacionales e internacionales, había procedido, el 7 de diciembre de 2000, a «suscribir el tratado que establece la Corte Penal Internacional». Solicitó al Congreso la pronta aprobación de ese importante acuerdo internacional para proceder de inmediato al depósito del instrumento de ratificación.
La iniciativa que reforzó la determinación del Perú de reinsertarse en la comunidad democrática internacional fue llevada a la III Cumbre de las Américas, realizada en Quebec del 20 al 22 de abril de 2001, lo que constituyó una nueva estrategia pues presentarla directamente a la OEA hubiera implicado una negociación difícil y larga de aproximadamente siete años. En Quebec, Pérez de Cuéllar propuso en nombre del Perú a los jefes de Estado de todo el continente la adopción de una Carta Democrática Interamericana. Todos los jefes de estado presentes otorgaron su unánime aceptación. Aprobaron un párrafo mandatario dirigido a la OEA para que los presidentes y embajadores negociaran la Carta Democrática. La Cancillería del Perú tuvo un papel determinante en el proceso negociador con las otras cancillerías del continente para la preparación de la Carta.
A su regreso a Lima el 9 de junio, Pérez de Cuéllar destacó el triunfo diplomático obtenido por el Perú durante la Asamblea General de la OEA en Costa Rica y anunció que, antes del 30 de setiembre, se firmaría en Lima la Carta Democrática.
La Carta Democrática Interamericana fue aprobada por aclamación el 11 de setiembre de 2001 por los estados miembros de la OEA, durante el vigésimo octavo período de la Asamblea General Extraordinaria de la OEA, realizada en Lima. El 30 de mayo de 2001, el Canciller Javier Pérez de Cuéllar, convencido de lo indispensable y urgente que era para el Perú “ser parte del orden jurídico internacional del mar” remitió al Congreso de la República, para su aprobación, la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, aprobada en 1982 y que ya contaba con la adhesión de 135 Estados. Fue la primera vez que dicha Convención era enviada al Congreso.
Al asumir Pérez de Cuéllar la Cancillería, dejó claramente sentado que el principal asunto institucional y el más sensible era la solución justa y definitiva de la situación de los ciento diecisiete funcionarios diplomáticos cesados, en forma ilegal, por la Resolución Suprema N° 453 del 29 de diciembre de 1992, dentro del contexto de la arbitraria Ley 26117 de la misma fecha, expedida por el gobierno de Alberto Fujimori. Las acciones de Pérez de Cuéllar se iniciaron con la Resolución Suprema N° 557 del 5 de diciembre de 2000, que contuvo “la declaratoria de nulidad de la resolución que dispuso el cese de 117 funcionarios diplomáticos”. Además de la reincorporación de un cierto número de funcionarios diplomáticos cesados, la Resolución N° 557 nombró una Comisión Ad Hoc que elaboró un proyecto de ley entregado al Congreso después de un largo proceso de coordinación y consulta.
El 15 de junio, el Plenario del Congreso abordó el proyecto de ley; sin embargo, debido al debate que surgió en torno a indemnizaciones, optó por pasarlo a las Comisiones de Trabajo y de Presupuesto para su estudio. En ese contexto, y con el fin de resolver en forma definitiva la situación, Pérez de Cuéllar presentó a la Mesa Directiva del Poder Legislativo, el 11 de julio de 2001, pocos días antes de que dejara el cargo de Canciller, un nuevo proyecto de ley que incluyó, también, compensaciones por el pase al retiro en aplicación de los nuevos límites de edad y de tiempo de permanencia en las respectivas categorías. El proyecto de ley se convirtió en la Ley N° 27550, Ley Pérez de Cuéllar, el 6 de noviembre de 2001. Dispuso el procedimiento para la reincorporación, aún pendiente, de cincuenta y un funcionarios al servicio activo.
Testimonio concluyente del éxito del Canciller Javier Pérez de Cuéllar son las palabras pronunciadas por el Presidente Valentín Paniagua en la ceremonia de transmisión del mando presidencial en el Congreso de la República, el 28 de julio de 2001:
En concordancia con su inalterable vocación democrática, el Perú ha logrado su plena reinserción en la Comunidad Internacional, regularizando sus relaciones y cumpliendo con las resoluciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Ha suscrito, así mismo, convenios y tratados que acusan su claro compromiso en la defensa de los derechos humanos, y ha promovido, activamente, la suscripción de la Carta Democrática Interamericana como mecanismo de protección de la democracia en el hemisferio. Nos hemos esforzado, por fin, en reanudar y estrechar lazos y relaciones con todas las naciones del mundo, los organismos internacionales y, en especial, con nuestros vecinos, con los que hemos intensificado todos los procesos de integración en marcha.
En julio de 2001, poco después de conocido el resultado de las elecciones, el presidente electo Alejandro Toledo le ofreció a Pérez de Cuéllar, primero, que continuase como Primer Ministro y, luego, ante su reticencia, que permaneciera como Canciller. Frente a su negativa, expresada en la mejor forma, Toledo le propuso ser Embajador en Francia. Pérez de Cuéllar aceptó convencido de que podría en ese cargo “hacer algo más por mi país, sobre todo dar a conocer la plena recuperación de la democracia con la instalación de un Gobierno y un Congreso surgidos de un irreprochable proceso electoral”. Ello contribuiría a recuperar la fiabilidad perdida del Perú en Francia y, en general, en Europa.
Al cargo de Embajador se unió aquel de Representante Permanente ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en cuya sede ya antes había ejercido la presidencia de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo. Pérez de Cuéllar ejerció ambos cargos hasta finales de diciembre de 2004. Desde un inicio se concentró en dar a conocer el profundo cambio del Perú hacia una democracia representativa. Comenta en sus Memorias que en sus actividades como representante del Perú ante la UNESCO “disfrutaba de una suerte de aureola, por decirlo así, por haber sido secretario general de la Organización de las Naciones Unidas»
La Academia Diplomática del Perú, que lleva el nombre del Embajador Javier Pérez de Cuéllar, se sumó a las numerosas y diversas expresiones y manifestaciones de homenaje por sus noventa años de vida con un Coloquio realizado e1 28 de enero de 2010 ante un numeroso público presidido por el Viceministro de Relaciones Exteriores, Embajador Néstor Popolizio; y por el Director de la Academia, Embajador José Antonio Meier. Fue interlocutor del embajador Pérez de Cuéllar el doctor Fernando Carvallo, filósofo, historiador y periodista.
Debo confesar que me honra el Embajador Pérez de Cuéllar con su amistad. En visita, en su casa en San Isidro, el 12 de abril de 2013, recordó que cuando él asistió a una reunión en casa de mi madre en Nueva York, camino a su primer puesto en París, cruzó breves palabras conmigo, “una niña sentada en un puff”. Y que pasé unos días con él y su primera esposa, Yvette Roberts, en su casa en París, en época anterior a mi ingreso al Ministerio de Relaciones Exteriores.
En otra visita, el 24 de junio de 2013, a mi pregunta sobre cuáles fueron sus gestiones más importantes como Ministro de Relaciones Exteriores durante el Gobierno de Paniagua, me respondió que, en el ámbito hemisférico, fue la Carta Democrática Interamericana. Agregó que, en el ámbito institucional y personal, lo más importante fue la reincorporación de aquellos diplomáticos separados arbitrariamente del servicio activo por el Gobierno de Alberto Fujimori. En cuanto asumió la cartera inició gestiones para agilizar ese proceso, que culminó con la Ley N° 27550. Fue una obligación no solo moral, sino profesional.
Esa noche, el Embajador Pérez de Cuéllar se desplazó al Centro Cultural Inca Garcilaso, contiguo al palacio de Torre Tagle, a invitación de su entonces Director, Fernando Carvallo, a un concierto en la sala que porta su nombre y alberga las docenas de bellas condecoraciones que le fueron conferidas por los más altos dignatarios del mundo durante sus años como secretario general de las Naciones Unidas.
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