Fundación Academia Diplomática del Perú

Cancilleres del Perú

José María de Pando y Ramírez de Laredo

Infancia y actividad diplomática en Europa

José María de Pando y Ramírez de Laredo, miembro de una noble y opulenta familia asentada en Lima, nació en esta ciudad en 1787. Fue hijo del administrador de Correos en el Perú don José Antonio de Pando y Riva, conde de Casa Pando, natural de las montañas de Santander; y de María Teresa Ramírez de Laredo y Encalada, hermana del conde de San Javier.

Hemos tenido a la vista la partida de bautismo original de este muchacho criollo, donde se manifiestan los distinguidos cargos y títulos que poseían sus progenitores y sus padres espirituales, miembros de la más rancia aristocracia del Virreinato. El texto literal de dicha partida (Parroquia del Sagrario, Libro de bautismos, 1787, fol. 2v.) es como sigue:

En la ciudad de los Reyes, en 23 de setiembre de 1787 años, yo el Dr. Dn. Pablo de Laurnaga, canónigo de esta Santa Iglesia Metropolitana, y rector actual del Colegio de Santo Toribio, de licencia parrochi, exorcicé, puse óleo y crisma a Joseph María Antonio Saturnino, niño que nació en 28 de marzo de este presente año, a quien en caso de necesidad echó el agua del santo bautismo.

Es hijo legítimo de Dn. Joseph Antonio de Pando y Riva, caballero de la Real y distinguida Orden española de Carlos III, administrador general de correos y postas de este reino del Perú, y de Da. María Teresa Ramírez de Laredo y Encalada. Fueron sus padrinos el Sr. Dn. Manuel de Pineda, brigadier de los Reales Ejércitos, cabo principal de las armas, gobernador de la plaza del Callao e inspector general de este reino, y la Sra. Da. Francisca Xaviera de Encalada Orozco y Chacón, condesa de San Xavier de Casa Laredo. Fueron testigos: el Licdo. Dn. Pablo Miranda y Dn. Francisco Tafur, presentes.

Y lo firmé. Dr. Dn. Pablo Laurnaga.¹

A temprana edad pasó a España, donde se educó en el Real Colegio de Nobles de Madrid, institución que le abrió las puertas de la carrera pública y en la que destacó por su talento. Cuando tenía quince años de edad ingresó al Servicio Diplomático de la Corona. Su primer destino fue la legación ante el Ducado de Parma en condición de agregado. En 1804 pasó a Roma como agregado a la legación acreditada en la Santa Sede, y al parecer fue allí donde conoció a Simón Bolívar, con quien trabó una gran amistad que duraría muchos años.

Cuando en 1808 fue impuesto como rey de España el hermano de Napoleón, José Bonaparte, la mayoría de los súbditos españoles se negaron a reconocerlo como tal, entre ellos Pando y los demás miembros de la legación en Roma. Por ello fue confinado en la fortaleza alpina de Fenestrelle. Luego de estar preso tres años fugó, y pasando por Nápoles, retornó a Lima. Se desconoce las actividades que realizó por entonces en su ciudad natal.²

El hecho cierto es que su experiencia como diplomático representante de la Corona española, en que llegó a desempeñar cargos de gran importancia, le permitió servir también, con altura y capacidad, los cargos de ministro de Hacienda, Justicia y Relaciones Exteriores en el Perú, como tendremos oportunidad de señalar más adelante.

Entre los vaivenes del liberalismo hispánico

Se tiene constancia de que Pando regresó en 1815 a España, en pleno auge de la restauración absolutista. Como había demostrado su lealtad a la monarquía borbónica, el rey Fernando VII lo acogió calurosamente y lo envió a los Países Bajos como secretario de la legación, ascendiendo luego a encargado de Negocios por ausencia del titular.

En 1818 volvió a España, siendo nombrado oficial de la Primera Secretaría de Estado y luego secretario del propio rey Fernando VII. Se le otorgó por entonces la Cruz de la Orden de Carlos III. Cuando ocurrió el pronunciamiento liberal del general Rafael del Riego, en marzo de 1820, le correspondió redactar el decreto por el cual el soberano prometía acatar la Constitución gaditana del año 1812. De esta manera se inició el llamado Trienio Liberal en España, una época particularmente convulsa, marcada por el proceso de descomposición de las estructuras sociales tradicionales y el ensayo de una monarquía constitucional que demostraba «… poca capacidad para limitar el liderazgo de los ministros y militares, así como para hacer frente a las eventuales manifestaciones populares».

Prestigiado como hombre político y diplomático, Pando fue nombrado encargado de Negocios en Lisboa, donde le tocó desempeñar un rol importante en la Revolución portuguesa de 1820, ayudando al coronel José María Barreiro. Sus ideas liberales se acentuaron, llegando a manifestarse partidario del perdón de los «afrancesados». António de Saldanha da Gama, el poderoso ministro, requirió por ello que Pando y Barreiro salieran de Portugal.

Enseguida pasó a ser oficial segundo en la Secretaría de Estado y secretario de la legación española en París, donde gobernaba el recalcitrante Luis XVIII. Cuando el rey de España consiguió en secreto que Francia preparase una nueva invasión a la península ibérica para poder recuperar su poder absoluto, los miembros de la legación parisina –entre ellos Pando– fueron expulsados (febrero de 1823) por haber colaborado con el régimen liberal.

Arribó a Madrid cuando el Gobierno constitucional todavía subsistía y aceptó el relevante cargo de secretario de Estado, que ejerció desde el 13 de mayo hasta el 29 de agosto de 1823. Con fecha 27 de mayo dirigió a las cancillerías europeas una célebre circular en la que protestaba contra el derecho de intervención, que a la sazón aplicaban los países miembros de la Santa Alianza para hacer fracasar los progresos del sistema constitucional. Se expresó allí «… solamente contra el malicioso abuso del derecho de intervención que se arrogaron las altas potencias en nuestros negocios domésticos…».⁴

Sin embargo, no consiguió evitar que las tropas francesas sometieran al Gobierno liberal, apoyadas por los conservadores españoles. El golpe de Estado absolutista de Fernando VII lo llevó a embarcarse de regreso al Perú en 1824, escapando de la feroz restauración que imponía el círculo más fiel al monarca. Así vino a reintegrarse a su patria cuando esta se hallaba en los días cruciales de su emancipación política.

Delegado peruano ante el Congreso de Panamá

La historia de nuestros primeros años de vida independiente proporciona figuras de alta envergadura. Hombres públicos que se entregaron con gran desinterés y altura a la ardua labor que les fue confiada. Los individuos que forjaron nuestra Diplomacia tuvieron errores y aciertos, y por ende recibieron muchas veces ataques violentos y duros o elogios indiscutiblemente exagerados. Se ha dicho que el sino de la mayoría de aquellos hombres es casi trágico: «Muchos terminaron sus vidas frente a un pelotón de fusilamiento o concluyeron sus años en el destierro; tristes en su abandono, en su olvido, en la pobreza y otras penalidades…»⁵

En junio de 1824 desembarcó don José María de Pando en el Callao, que aún se hallaba ocupado por los españoles, y con el permiso del general Rodil pasó a Lima para atender asuntos familiares. A fines de ese año debía embarcarse hacia Panamá, pero fue entonces cuando el viejo amigo del Libertador Bolívar, ya triunfador en Junín y Ayacucho, le ofreció que se pusiera a su servicio. Pando aceptó y fue nombrado ministro de Hacienda, cargo que ejerció del 25 de marzo al 20 de mayo de 1825.

Siendo hombre de inteligencia ágil y gran experiencia adquirida como diplomático de la Corona española, le tocó desplegar ese bagaje de conocimientos a su regreso al Perú. Para estudiar su desempeño en esta época, contamos con buena cantidad de documentos en el Archivo General de la Nación. Notamos, a través de ellos, que sus primeros pasos políticos y administrativos estuvieron marcados por el deseo de sentar una huella de gran trascendencia, en particular defendiendo con firmeza los intereses económicos del Perú.

Por esos días, Bolívar tiene para nuestro personaje frases bastante elogiosas. Alaba su cultura y su talento, dirá que es el «primer hombre del Perú». Espíritu refinado pero pragmático, para José María de Pando la conducción de los pueblos debía hacerse con mano férrea; sin los extravíos teóricos de los primeros liberales –Sánchez Carrión, Luna Pizarro y sus seguidores– que diseñaron la Constitución fundacional de 1823.⁶

Por cierto, Pando también criticará la Constitución de 1828, promulgada por La Mar, que tiene un significado emblemático en el constitucionalismo peruano y de la cual se ha dicho que es la primera constitución «genuinamente nacional» no solo por su contenido, sino por las circunstancias en que se expidió. El criollo limeño expresó que esa ley fundamental tenía dos clases de adversarios: los «tímidos sectarios», para quienes la Carta era demasiado avanzada; y los «reformadores insaciables», que veían en sus instituciones el germen del espíritu antiguo. Él estaba convencido de que, junto a ellos, había un grupo de moderados que no siendo adversos a la Carta pretendían sin embargo conservarla introduciendo las reformas necesarias; y se ubicaba personalmente entre estos últimos.⁷

Bolívar, consciente de sus amplias dotes como diplomático, lo propone en su momento (1825) como ministro plenipotenciario ante el Congreso de Panamá en compañía de Manuel Lorenzo de Vidaurre. El gran prócer caraqueño y su canciller peruano, José Faustino Sánchez Carrión, decidieron la conveniencia de unir a los nuevos Estados y convocaron a esta célebre asamblea panamericana. A su llegada al istmo, Pando cuenta con treinta y nueve años, es favorable a un gobierno centralista y a la unión de las repúblicas fundadas por el Libertador.

Caso único entre los confederados, el Gobierno de Lima elabora sucesivamente tres pliegos de instrucciones. El primero es girado por Tomás de Heres el 15 de mayo de 1825 y es el que los ministros peruanos llevan consigo a Panamá en junio del mismo año.

Pando y Vidaurre llegan a Panamá con seis meses de adelanto respecto a las otras delegaciones, lo cual es explicable por el plazo estipulado en la convocatoria, atendido solo por el Gobierno peruano. Durante el tiempo de espera, Vidaurre se aboca a la preparación de un proyecto de tratado y Pando continúa afinando el estilo, que es clave para sentar las bases del Congreso. Por instrucción de sus respectivos gobiernos, inician una serie de entrevistas para conocer las posiciones de los representantes de otros países. El resultado de esas reuniones es el informe y solicitud de nuevas instrucciones que Pando y Vidaurre envían al Perú hacia la fecha de Navidad.

En marzo de 1826 desembarcan en el istmo los delegados centroamericanos y al mes siguiente lo hace Manuel Pérez de Tudela en reemplazo de Pando, nombrado por Bolívar ministro de Relaciones Exteriores del Perú. De vuelta en Lima, se desenvolverá como jefe de nuestra Cancillería del 18 de mayo de 1826 al 27 de enero de 1827.⁸

El primer pliego de instrucciones, despachado por Tomás de Heres, es breve y esquemático; en la primera parte repite las recomendaciones de Santander y en la segunda, los puntos de la agenda original del Congreso. Heres concibe los tratados por concluir como el basamento de la doctrina internacional hispanoamericana; y el manifiesto que los delegados deben componer, como un equivalente al célebre discurso de Monroe de 1823. Pero estas instrucciones tienen vigencia limitada. Cuando Pando y Vidaurre encuentran en diciembre a sus homólogos colombianos, son tomados de sorpresa por la invitación a las potencias neutrales y solicitan nuevas instrucciones a su Gobierno.

El despacho sustitutorio, firmado por Hipólito Unanue, tiene validez operativa desde la llegada de Pérez de Tudela a Panamá, en abril de 1826, hasta la conclusión de las conferencias del Congreso. En este sentido, pueden considerarse como las más importantes notas para definir la posición peruana en esa asamblea.

Canciller y defensor ideológico del bolivarismo

Las terceras instrucciones para la representación del Perú ante el Congreso de Panamá son giradas por el propio Pando, el 25 de mayo de 1826, en su calidad de ministro de Relaciones Exteriores. En este largo documento, el antiguo delegado a la afincionía refunde las anteriores instrucciones y revisa con mesura los topes de la negociación. De entrada, advierte a los ministros peruanos, enfrentados con los colombianos en varios puntos de las negociaciones, que las resoluciones del istmo podrían influir en «… la consolidación de los Estados nuevamente constituidos y el arreglo pacífico, amistoso y estable de sus relaciones internacionales». Por el bien del país y del crédito empeñado en una empresa de tales alcances, les pide que remuevan los obstáculos que pudieran existir entre los delegados y den inicio a las conferencias formales con los delegados presentes.⁹

Con relación al manifiesto previsto en la agenda, Pando se refiere de manera prolija, quizá porque conoce que Vidaurre prepara su propio «discurso» ante la Asamblea:

Parecería a primera vista que el primer asunto que ocupe a la Asamblea debería ser la redacción y publicación de un Manifiesto razonado y decoroso, en términos de género civilizado, en los términos de la templanza y de la moderación, la necesidad y la justicia de la emancipación de las que fueron colonias españolas, los graves inconvenientes que resultan para la tranquilidad y relaciones comerciales –que tanto estiman las potencias europeas– de la obstinación del gabinete de Madrid en no reconocer un orden de cosas irrevocablemente sancionado, y que no está ya en su mano trastornar las miras pacíficas y amigables de los Gobiernos americanos con respecto a todos los demás que respeten sus derechos, la estrecha unión que existe entre ellos para rechazar cualquier agresión extraña o intervención en sus negocios domésticos, y su firme resolución de abstenerse de todo género de proselitismo político…¹⁰

El canciller peruano recomienda que dicho manifiesto no preceda a los tratados y convenios que deben celebrarse en la Asamblea, sino que sea, «… por decirlo así, una emanación de los principios que en ellos se sancionen, el proemio con que se den a luz y la explicación de nuestro derecho público».

Algo en lo cual están de acuerdo las tres instrucciones peruanas a los delegados en Panamá es en la necesidad de reforzar la Asamblea. Si el Congreso es «permanente», explica Pando, podría realizar varias funciones sustantivas, como velar sobre la exacta ejecución de los tratados y la seguridad de la confederación; mediar amigablemente con cualquiera de los Estados aliados y las potencias extranjeras, en caso de que ocurriese alguna desavenencia; servir de conciliador, e inclusive de árbitro, entre los aliados que tuviesen algún motivo de alteración; y expeler de la confederación al Estado que obstinadamente faltase a las obligaciones contraídas.¹¹

Además, Pando propone celebrar un pacto de mutuo reconocimiento y garantía de la integridad de los territorios respectivos y de alianza defensiva contra cualquier potencia extranjera que intentase violar «nuestra independencia».¹² Lamentablemente, las citadas instrucciones de Pando, superiores en contenido y visión a las anteriores, no llegaron a Panamá o no lo hicieron a tiempo.

En agosto de 1826 se difunde la noticia de la terminación de las sesiones en el istmo, y Pérez de Tudela, luego de ciertos inconvenientes en una fallida navegación, decide quedarse en Panamá «hasta que mejore la estación». Al cabo de medio año, ocupado en alegatos y misivas en las que manifiesta a su Gobierno el deseo de regresar al Perú, Pando autoriza su regreso. Y en un acto casi teatral, típico de aquella época, se organiza una asonada que obliga a Pando a renunciar a la Cancillería y el propio Vidaurre asume la cartera de Gobierno y Relaciones Exteriores.

Las instrucciones que diera al flamante ministro peruano en Bolivia son prueba de la magnífica visión de Pando proyectada hacia el futuro de la Diplomacia peruana.¹³ En este sentido, nuestro personaje propició la afirmación de un régimen federal alternativo al proyecto de confederación hispanoamericana del Congreso de Panamá. Según Jorge Basadre, «… la legislación de los Andes bajo la Constitución vitalicia defendida por Pando, primó sobre la tesis de la amplia y sutil Confederación Hispanoamericana formulada por el Congreso de Panamá».¹⁴

Luego de la batalla de Ayacucho, Bolívar se había mantenido en el Perú como supremo jefe político y militar. El incremento de su poder generaba el rechazo de los sectores liberales y conservadores locales, cada cual por motivos diferentes pero coincidentes en la necesidad de «peruanizar» la política del país. Bolívar impuso la Constitución vitalicia, que combinaba los principios de autoridad (gobierno centralista, fuerte y estable) y democracia (sufragio). Pero en septiembre de 1826 tuvo que abandonar el suelo peruano, dejando a las tropas colombianas y un consejo de gobierno presidido por Santa Cruz.

La famosa Constitución bolivariana duró escasos meses, hasta que un movimiento revolucionario (julio de 1827) motivó que el Congreso nombrara como presidente al mariscal José de La Mar y luego dictara una nueva Carta magna para la República peruana. Tras la reacción nacionalista y liberal contra la influencia grancolombiana, Pando fue momentáneamente excluido de la administración pública. Ante la ola de acusaciones de la que es objeto por su apoyo a Bolívar, publica en dicho año el Manifiesto que presenta a la nación sobre su conducta pública.

Esta obra de Pando procura no solo contrarrestar los ataques de los enemigos que lo vilipendiaban, sino defender un proyecto constitucional que el autor creía adecuado a los intereses de la República.¹⁵ José María de Pando fue, pues, de los más fervientes defensores del primero de los proyectos constitucionales de corte conservador. Se trata de un diseño político que nació del genio inventivo de Bolívar, en una época en que los pueblos de la América hispana eran propicios a la instauración de gobiernos fuertes.

Resumiendo el pensamiento constitucional bolivariano que inspira a la Constitución vitalicia, Víctor Andrés Belaúnde ha dicho: «De la monarquía tomó el principio de la estabilidad y de la democracia el poder electoral; del régimen unitario, la absoluta centralización financiera; del régimen federal, la intervención popular en los nombramientos políticos; del sistema oligárquico, el carácter vitalicio de los censores; y del sistema plebiscitario, el derecho de petición y la refrendación de las reformas constitucionales».¹⁶ Más aún, observa Belaúnde, hacia 1826 o 1827 de todas partes venían manifestaciones claras del deseo de una dictadura fuerte y permanente.

En síntesis, se puede decir que Pando fue un político que, preocupado por la anarquía de los países sudamericanos, pretendía instaurar en el Perú un Estado en forma, un orden único, una vez constituido, garantizar las libertades de los ciudadanos. De ahí viene su predilección por reforzar los poderes del ejecutivo, limitar el ejercicio de la ciudadanía, tal como sucedía en la Europa liberal de la época (el sufragio capacitario), y su pretensión por organizar la administración en el país. Así se explica su esfuerzo por implantar en el Perú las tesis de Guizot, vale decir la «aristocracia del saber» en el gobierno. No en vano escribió:

El gobierno es el ejecutivo de las leyes, por consiguiente de la obediencia que el pueblo tributa a las leyes, pero como la gran masa del pueblo todavía no tiene madurez para obedecer debido a razones cívicas, el gobierno tiene que basarse ante todo en la obediencia que el pueblo tributa a la autoridad, tiene que entender la urgente reforma de la situación nacional por el principio de la autoridad.¹⁷

Aun antes de plantearse el debate en el Congreso Constituyente de 1827-1828, Pando arremetió contra el federalismo, pronunciándose a favor de una república central o unitaria. En relación a la conveniencia o no del régimen federal para el Perú, creía que ninguna persona sensata y amante de su patria dudaría en que «… primeramente debe establecerse la República en la forma central. La posibilidad de implantar posteriormente el federalismo debería ser objeto de investigaciones juiciosas y profundas, y ello solo se podría decidir «… cuando se alegre nuestro cielo con el destello de su prosperidad, después de tan largo, oscuro período de ruina y de desastres».¹⁸

Pando y las relaciones internacionales bajo Gamarra

En junio de 1829, los generales Antonio Gutiérrez de la Fuente y Agustín Gamarra se sublevaron en Lima y Piura, respectivamente. Tuvo que dimitir entonces el presidente La Mar, saliendo al destierro junto con el jefe de Estado Mayor, coronel Pedro Bermúdez. Gamarra quedó como presidente interino y en diciembre asumió el cargo constitucionalmente para un plazo de cuatro años en medio de expectativas para iniciar una era de tranquilidad política. Pando volvió a la vida política al iniciarse este Gobierno, convirtiéndose en uno de los más importantes sostenedores del régimen gamarrista, de tendencia conservadora.

Nuestro personaje se desempeñó en dicha coyuntura como ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores en tres ocasiones: del 31 de diciembre de 1829 al 20 de julio de 1830, del 1 de junio al 29 de julio de 1832, y del 31 de diciembre de 1832 al 11 de abril de 1833. También fue ministro de Hacienda, del 21 de julio de 1830 al 23 de abril de 1831. Desde esas altas posiciones promovió la reforma presidencialista de la Constitución peruana, y en 1831 hizo publicar por Santiago Távara el texto Análisis y amplificación del manifiesto presentado al Congreso del Perú por el honorable señor ministro don José María Pando».¹⁹

Conviene señalar que la República se inició siguiendo la doctrina bullonista clásica de monetizar la producción minera para cubrir la demanda del mercado importador. Incluso los ritmos de amonedación fueron disminuyendo porque, según cálculos del ministro Pando en su memoria de 1830, el contrabando atraía entre cuatro y cinco millones de pesos en plata piña. En el citado documento, nuestro personaje señaló las causas que a su entender dificultaban el progreso de la minería: la falta de capitales, la lentitud en el desagüe con una sola máquina en funcionamiento, la escasez de insumos por falta de transporte y el mayor costo del trabajo libre.

Explicaremos someramente que el alejamiento del ejército colombiano fue seguido por dos conflictos armados: el primero, con Bolivia; y el segundo, con la Gran Colombia. En el sur, Gamarra y Santa Cruz se disputan el predominio de una importante zona costeña y andina. La ambición de ambos generales coloca al Perú y Bolivia en situación de guerra. Las negociaciones destinadas a obtener una alianza y el arreglo de límites, encomendadas a Álvarez en La Paz y a Ferreyros, que trató con Olañeta en Arequipa, fracasaron al principio.

La paz se consigue por el Tratado de Arequipa del 8 de noviembre de 1831, impuesto a ambos caudillos por la opinión de sus pueblos, adversa a la guerra. En este tratado se aseguró la paz entre los dos Estados y se acordó la reducción del ejército del Perú a tres mil hombres y el de Bolivia a mil seiscientos. Ninguno de los dos países intervendría en las cuestiones internas del otro. Los límites serían fijados por una comisión mixta que evaluaría el plano de la frontera y determinaría los cambios y compensaciones de territorios que fueran convenidos. Entre tanto, se respetarían los límites hasta entonces vigentes.²⁰

Por otra parte, cabe resaltar la valiosa labor que don José María de Pando desempeñó al frente de la Cancillería peruana, manteniendo a raya las desmedidas reivindicaciones territoriales de los ministros plenipotenciarios de Colombia y Ecuador, Tomás Cipriano de Mosquera y Diego Novoa, respectivamente; y haciendo respetar el statu quo fronterizo. La guerra con la Gran Colombia fue relativamente fácil en su fase marítima, que duró de agosto de 1828 hasta enero de 1829. El puerto de Guayaquil retornó al Perú por breve tiempo, pero la campaña terrestre fue desfavorable. No se pudo tomar Cuenca porque el ejército del sur (Gamarra) había arribado demasiado tarde y los jefes peruanos estuvieron más ocupados en intrigas internas y personales. Sin victorias ni derrotas, la guerra entró en un estancamiento que condujo al reconocimiento de la situación jurisdiccional que regía en tiempos coloniales, desde la Real Cédula de 1802.²¹

A lo largo de su Gobierno, Gamarra estuvo asesorado por un grupo ideológico autoritario encabezado por Pando. La política desarrollada por el caudillo cuzqueño fue tal vez la expresión más clara del conservadurismo y autoritarismo de los inicios republicanos. Tanto en lo político como en lo social y lo económico, representa la defensa de las relaciones del Antiguo Régimen en circunstancias de cierta movilización social luego de la Independencia. No se debe olvidar que por esos años daba a la estampa, sin nombre de autor, un pequeño libro titulado Reclamación de los vulnerados derechos de los hacendados de las provincias litorales del departamento de Lima, que ha sido considerado el más importante texto de la época sobre la cuestión de la esclavitud, por la calidad del autor, su despliegue de argumentos y su sólida coherencia teórica.²²

En tales condiciones, se implantó un gobierno necesariamente autoritario y paternalista, tomando el Ejecutivo a su cargo la «tutela» de los ciudadanos. Si habían de producirse cambios, estos debían provenir desde arriba, y más específicamente del propio caudillo. De acuerdo con Francisco Quiroz Chueca, el presidente se ocupó más de «… a ser el reemplazante de Bolívar en el gobierno que quisieron tener los sectores más conservadores del Perú».²³

Puede afirmarse que desde su participación en el gabinete español del Trienio Liberal hasta ese momento, Pando apenas modifica el eje central de sus ideas políticas: partidario de la monarquía constitucional, enseguida lo es de la Constitución bolivariana y, luego de su fracaso, defiende una constitución de corte presidencialista. En ese período organiza en Lima al grupo político denominado «los hombres del orden», catalizando la corriente conservadora del país. También colabora en Mercurio Peruano escribiendo artículos que defienden el centralismo como remedio para controlar la recurrente anarquía del Perú.²⁴

Su pragmatismo lo llevó a apoyar a regímenes contradictorios entre sí, pero todos autoritarios. Luego de estar al servicio de Fernando VII, Pando sirvió a Bolívar y a Gamarra. La lógica de su conducta funcional era hacer lo necesario para el Estado al margen de la convicción personal, bajo una «ética de la responsabilidad». En su rechazo a la democracia y su correlato con la soberanía popular, fue partidario de un régimen fuerte y autoritario, de un monarca o un presidente con un poder centralizado. La libertad era un principio sacrificable en aras de la autoridad.²⁵

En el periodismo y en la lucha de los caudillos

En la política peruana de la temprana República se instauró el militarismo, apoyado por la élite limeña, que anhelaba el orden social y quería un gobierno «fuerte». Además, se buscaba la preservación de la paz en las fronteras contra el posible desmembramiento de territorios a favor de países vecinos. En medio de esta situación, los intelectuales actuaban de validos o censores, es decir, servidores incondicionales u opositores. Se desempeñaban como representantes de prensa de los caudillos, atacando o contestando ataques de los adversarios de los militares a quienes servían.

Agotada la influencia de Bolívar en el Perú, Pando tiene que sufrir los embates de quienes ven en el modelo político del Libertador la encarnación de la tiranía y el despotismo. Aducen sus enemigos de esa hora que el criollo limeño ha violado la voluntad popular al derogar la Constitución liberal de 1823 para dar paso a un proyecto conservador materializado en la Constitución vitalicia, que él hiciera aprobar a los colegios electorales. Pando se defiende de sus detractores y escribe su Manifiesto a la nación sobre su conducta pública, ya mencionado. Esta es una obra de lectura obligada para comprender el espíritu y la personalidad de quien fuera en su época el más preclaro de los integrantes del conservadurismo republicano. Escrita en un lenguaje claro y conciso, con un estilo elegante y bien cuidado, ella arremete contra los que –bajo el falso argumento de la libertad– lo único que han hecho es propiciar el desorden, la anarquía y la incultura del pueblo.²⁶

Aparte de dicha obra, las principales ideas políticas de Pando durante su estancia de madurez en el Perú se encuentran en los periódicos Crónica Política y Literaria de Lima (1827), Mercurio Peruano (1827-1834) y La Verdad (1832-1833). Un crítico e historiador muy usado en el siglo XIX, Alberto Varillas Montenegro, sostiene que Crónica representa «… el primer antecedente del periodismo rigurosamente literario en el Perú republicano». Es posible que Pando se animara a dirigirlo personalmente, pero se puede conjeturar que, tentado por la política, pronto optó por financiar una publicación de cobertura mucho mayor, como lo fue Mercurio. Este se encuentra en las calles de Lima desde el 24 de julio de 1827, y aparecen más de 1,870 números hasta marzo de 1834. La calidad de Mercurio se deduce de que sus directores hayan sido el propio Pando, Felipe Pardo y Aliaga y José Joaquín de Mora.²⁷

Aunque en dicho diario aparece un buen número de composiciones satíricas de Pardo y Aliaga, no puede considerarse en rigor un periódico literario. Se trata de una publicación de calidad que en algún momento pasó a ser una tribuna oficiosa del Gobierno, dada la estrecha vinculación que Pando mantuvo con el régimen de Gamarra (1829-1833). Por su contenido, ya que no por su propósito, Mercurio es uno de los hitos del periodismo nacional anterior a la bonanza del guano y supera con facilidad a otras publicaciones de la época.

El tercer periódico que hemos mencionado, La Verdad, apareció en setenta y una entregas desde diciembre de 1832 hasta octubre de 1833 del año siguiente. Cabe reproducir la opinión de Mariano Felipe Paz Soldán en 1879, casi cincuenta años más tarde:

Su objeto es puramente político […]. Tanto el estilo como los argumentos son dignos de estudiarse para juzgar y conocer el espíritu de esas cuestiones que conmovieron al país por muchos años. Son tan sanos y juiciosos los artículos sobre la política, que hasta hoy podrían reproducirse para convencerse de los verdaderos motivos de nuestras convulsiones.²⁸

El juicio de Paz Soldán sobre la claridad y juiciosidad de los contenidos es aplicable a las tres publicaciones establecidas por Pando, pero a muy pocas otras más, hasta llegar a mediados del siglo XIX. El periodismo de aquellos años no satisfacía la necesidad de información que tenía la comunidad, cuyo único medio alternativo para enterarse de lo que ocurría era la transmisión oral.

El 19 de diciembre de 1833 debía darse una prueba de fuego para el republicanismo en el país, al cumplirse los cuatro años del Gobierno de Gamarra, y se generaron expectativas ante la posibilidad de que el caudillo quisiera perpetuarse en el poder. Este presentó como candidato a su no muy antiguo enemigo el general Pedro Pablo Bermúdez. La designación por parte de los sectores antimilitaristas y liberales en la Convención Nacional recayó sobre el general Luis José de Orbegoso. Con alguna influencia política y social en el norte, Orbegoso resultaba una carta atractiva, a pesar a su escasa habilidad política. Era un militar fácilmente manejable por los liberales, que reeditaron la misma estrategia empleada para imponer a La Mar en los años 1820.

De hecho, el autoritarismo no logró ser eliminado. Se inició enseguida una sangrienta y enredada guerra civil, protagonizada inicialmente por Bermúdez y Gamarra contra Orbegoso y que se complicó por la inclusión de otros caudillos y bandoleros. El 3 de enero de 1834 por la noche, el bando gamarrista dio un golpe en Lima, apoyado por las guarniciones del Cuzco, Puno, Ayacucho y Huancavelica. Salió algunas semanas más tarde este ejército de la capital formado en cuatro columnas, con la caballería atrás y siendo atacado desde las calles y algunas casas con disparos. Estuvieron allí, apoyando el golpe, Pando, Vivanco, Echenique y doña Francisca Zubiaga de Gamarra, entre otros. Bermúdez se autoproclamó jefe supremo provisorio y constituyó un gabinete del cual formaba parte don José María de Pando como ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores.²⁹

Mientras tanto, Arequipa, el centro y el norte del país se pronunciaron por Orbegoso. La población de Lima salió a enfrentarse con las tropas golpistas y el caudillo liberal pudo salir de su refugio en las fortalezas del Callao. Entonces, las tropas leales a Orbegoso se movilizaron a la sierra central, donde se encontraban también las principales tropas rebeldes respaldadas por una retaguardia asegurada hacia el sur de Huamanga. Sin embargo, los soldados reclutados por Bermúdez prefirieron deponer a su jefe y, cerca de Jauja, en el llano de Maquinhuayo, lo que debió ser una batalla se transformó en una ceremonia de reconciliación (24 de abril de 1834). Las tropas de ambos bandos formaron pabellones y se estrecharon en un abrazo fraterno, repitiendo a lo largo de los frentes de la guerra civil. Gamarra con su ejército, cuyo número llegó a ser calculado en 7,000 hombres, quedaba, pues, vencido.

Pando entendió que debía crearse un poderoso cuerpo de asesores para el régimen de Orbegoso, que se asentaba en 1834 con buenos auspicios, a fin de evitar cambios esenciales e irreversibles en lo político y social. Así, constituyó sobre la marcha una tertulia compuesta de personajes con afinidad de pensamiento, los cuales se destacaron como asesores políticos y gestores de la opinión pública que financiaron y redactaron numerosos periódicos. Salieron estos hombres a la palestra para apoyar a un gobierno que consideraban salvador del país. La tertulia animada por Pando rechazaba en el fondo la República por considerarla llena de errores. La independencia, en su opinión, debió ser un cambio solo de hombres y no de tipo de gobierno, en tanto que la libertad debía circunscribirse a las actividades económicas y determinados derechos y deberes civiles, pero nunca alcanzar el ámbito político y social.³⁰

A fin de cuentas, la formidable convulsión popular de 1834 acabó por desengañar a Pando de su patria de origen. En las correrías que tuvo que hacer en la sierra al lado de Bermúdez hasta antes del encuentro de Maquinhuayo, estuvo enfermo. Cuando fue apresado y conducido a Lima, se vio rodeado de odio. La caída de Gamarra trajo consigo la salida del líder cuzqueño a Bolivia; de Bermúdez, a Centroamérica; de Pando, a España. Aún más, Felipe Pardo y Aliaga y su compañero Antolín Rodulfo fueron exiliados de Lima por algún tiempo porque, según dijo Orbegoso, «… su intimidad con don José María Pando fue un látigo a los ojos del pueblo».³¹

Es bien cierto que nuestro personaje se constituyó en una figura paradigmática de la «ciudad letrada» de los inicios de la República, por ser un intelectual que demostró relativa capacidad de adaptación al cambio, de tal modo que resultaría inadecuada la simple calificación de tradicionalista. Según el atinado juicio de Jorge Basadre, la pequeña aldea de Lima y el resto del Perú ahogaba a este hombre, que a pesar de todas sus faltas, avezado a los usos diplomáticos en el Viejo Mundo, llevó a la Cancillería un caudal de experiencia de que nuestra Diplomacia incipiente carecía y que, por su cultura, contribuyó a la superación de nuestro ambiente cultural y de nuestro periodismo.³²

Obras de madurez política y muerte en España

En 1835 Pando emprendió viaje de regreso a España después de vivir durante algún tiempo en las fortalezas del Callao y desilusionado del desbarajuste político en su país natal. Hombre orgulloso, inescrupuloso y amargado, solicitó una pensión del Gobierno de España. Pese a sus esfuerzos, no logró que se le reconocieran sus servicios a la monarquía borbónica, por haber sido ministro de Simón Bolívar y haber admitido empleos de los «insurgentes» del Perú, todavía no reconocido como un Estado independiente en España.

Cuando le fue negada la pensión por el ministro Calatrava, atribuyó a la omnipotente y temible voluntad de Bolívar sus servicios a la causa emancipadora. Y en la Carta al Excmo. Sr. D. José María Calatrava (Cádiz, 1837) lanzó frases hirientes como esta: «… por abandonar a mi nación a quien debo educación, carrera, honores y estimación […] por una miserable agregación de hombres de todas castas, viciados, desenfrenados, divididos en bandos feroces, envueltos en perpetua anarquía… ¿con qué aliciente?».³³ Tras sufrir ese y otros maltratos, vivió en el olvido durante algunos años hasta que murió.

Don José María de Pando estuvo casado con Rufina Álvarez de Acevedo, hija del consejero de Indias don Tomás Antonio Álvarez de Acevedo y Robles. Falleció en la villa y corte de Madrid el 23 de noviembre de 1840, a la edad de cincuenta y tres años.

Algunos de sus poemas fueron recogidos por Manuel Nicolás Corpancho en su antología Flores del Nuevo Mundo (México, 1863). La amplia cultura y versatilidad intelectual de Pando tienen expresión, además, en una esporádica labor literaria que incluye la traducción de las odas de Horacio. Fue autor de Pensamientos y apuntes sobre moral y política (Cádiz, 1837) y de Elementos del Derecho internacional, obra póstuma (Madrid, 1843).

Queremos por último recoger el comentario de que Pando debió tener cierta tendencia a una exquisita frivolidad, siendo amigo de la buena mesa, seguido a salpicada con frases de alto y fino espíritu. A través de la lectura de los documentos o de los proveídos respectivos, se deja notar su carácter violento y apasionado, aunque controlado y al mismo tiempo sarcástico, dentro de un lenguaje apropiado. Un investigador moderno llega a afirmar lo siguiente: «… sabemos sí, por tradición oral, que Pando muy aficionado a los juegos de azar y que jamás se mostró en su expresión el haber perdido una bella suma: característica del caballero y manifestación de sus altas cualidades».³⁴

Pando fue un caso de político profesional, de hombre que por su idiosincrasia y vocación necesita del poder y lo prefiere al foro, al comercio, al aislado devaneo intelectual. Su tragedia fue similar a la de Monteagudo: la tragedia del hombre que choca con el ambiente porque sus ideas son las que están en reflujo, «en ricorsi respecto de su época». Y fue también la tragedia de ser extranjero, por carecer de contactos suficientes en su propia tierra y por pertenecer a un plano intelectual superior a la gran masa que le rodeaba. Se puede decir que para un hombre que había viajado por Europa y ejercido en el Viejo Mundo cargos de gran distinción, el contacto con las turbulencias, la insipiencia, la pobreza y la ignorancia de los criollos tenían que hacer de su patria «no un hogar sino una cárcel».³⁵ Por eso su actitud ante el ministro Calatrava, por eso el desdén que dedica a América en los textos postreros de su vida.

En todo caso, se ha dicho, el modelo político de Pando sitúa una variable de la monarquía constitucional en tierra peruana bajo el modelo presidencialista autoritario, pues él consideraba que el liderazgo político debía reposar en el poder ejecutivo y no en el Congreso. La figura del jefe del ejecutivo quedaría incólume frente a los desgastes del poder gracias a la delegación de responsabilidades en los ministros de Estado u otros altos funcionarios. Opinaba que los cambios políticos no debían darse en forma brusca porque ello menoscabaría principios o instituciones que –como la esclavitud– implicaban la concurrencia de los intereses públicos y privados. Por ello ha sugerido José Francisco Gálvez que nuestro personaje se constituyó en una especie de mediador cultural, un hombre que enfrentó a su manera la crisis de poder de principios del siglo XIX y que salvó las diferencias entre el mundo hispánico y el americano, denotando el talante de un liberal «moderado o conservador».³⁶

No podemos negar que existe una leyenda negra sobre don José María de Pando. Se le ha considerado como un político inconsecuente y de lealtades cambiantes, un «proteo», según se adjetivaba en su época. Del mismo modo, se le ha querido enrostrar su apego a los caudillos militares, esto es, haber propugnado el militarismo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que con solo postular la tesis de la aristocracia del saber (Guizot), demostraba su animadversión hacia el predominio de los sables. Pero al mismo tiempo era consciente de que, en la situación que entonces se vivía en el Perú, la presencia militar se hacía más que necesaria para procurar contener la anarquía y otros males que acechaban a la República.

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¹ Existe copia de la partida de bautismo en: Archivo Histórico Nacional (Madrid), Universidades, leg. 669, n.º 10.
Agradezco al colega Wilver Álvarez Huamán por su generosa referencia de este documento.
² Cf. Gálvez, José Francisco. «Entre dos mundos: José María de Pando, el hombre del orden», en Passeurs, mediadores culturales y agentes de la primera globalización en el mundo ibérico (siglo XVI-XIX), Lima: Instituto Francés de Estudios Andinos & Instituto Riva Agüero, 2005, p. 250-251.
³ Ibid., cit. [2], p. 253.
⁴ Pando, José María de. A sus conciudadanos. Lima: Imprenta Republicana administrada por José María Concha, 1826, p. 15.
⁵ Ortiz de Zevallos Paz Soldán, Carlos. Prólogo a Los ideólogos: José María de Pando, en Colección Documental de la Independencia del Perú, t. I, v. II (Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1974), p. 11.
⁶ Mesía Ramírez, Carlos. «Fuentes para una Historia Constitucional del Perú», en Pensamiento Constitucional (Lima), n.º 2, 1995, p. 231.
⁷ Paniagua Corazao, Valentín. «La Constitución de 1828 y su proyección en el constitucionalismo peruano», en Historia Constitucional: revista electrónica, n.º 4, 2003, p. 148. Más detalles de la crítica de Pando a la Carta de 1828, en los números 27-31; 47-50; 54-58; y 60-61 del periódico La Verdad, Lima, marzo a julio de 1833.
⁸ Se ha dicho, por citar, que la actuación de Pando en la magna asamblea de Panamá terminó vinculándolo más intensamente con el proyecto político de Bolívar. Cf. Gálvez, «José María de Pando, el hombre del orden», cit. [2], p. 255-256.
⁹ Reza, Germán A. de la (comp.). Documentos sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho & Banco Central de Venezuela, 2010, p. xxv-xxvi.
¹⁰ Ibid., p. xxvi.
¹¹ Ibid., p. xxvi.
¹² Ibid., p. xxvii.
¹³ Ortiz de Zevallos, Prólogo a Los ideólogos: José María de Pando, cit. [5], p. iv.
¹⁴ Basadre, Jorge. Historia de la República del Perú (1822-1933), 7ª ed. Lima: Editorial Universitaria, 1983, I, p. 108.
¹⁵ Cf. Mesía Ramírez, «Fuentes para una Historia Constitucional del Perú», cit. [6], p. 232.
¹⁶ Belaúnde, Víctor Andrés. Bolívar y el pensamiento político de la revolución hispanoamericana, 5ª ed. Lima: Jomm Asociados, 1983, p. 189.
¹⁷ Baltes, Peter. José María de Pando, colaborador peruano de Simón Bolívar. Tesis (Dr. en Historia). Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Facultad de Letras y Ciencias Humanas, 1968, p. 53, 78.
¹⁸ Pando, José María de. «Estados Unidos Mejicanos: Federalismo», en Crónica Política y Literaria de Lima, n.º 2, Lima, 11 de junio de 1827, p. 6-7. En este contexto, y a partir del análisis del régimen federal adoptado en México, nuestro autor apuntaba: «Parece que el sistema federal prueba hasta ahora bien en Méjico, que su marcha no sufre grandes embarazos, y que hay fundadas esperanzas de que se mantendrá a pesar de todos los ataques…» (Ibid., p. 1).
¹⁹ Cf. Reza, Documentos sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá, cit. [9], p. lxxviii. Sobre esta coyuntura, cabe remitirse también al artículo de Rivera Serna, Raúl. «José María de Pando, colaborador de Gamarra», en Boletín de la Biblioteca Nacional (Lima), n.º 42, 1962, p. 14-21.
²⁰ Porras Barrenechea, Raúl. Historia de los límites del Perú. Lima: F. y E. Rosay, 1926, p. 67.
²¹ Quiroz Chueca, Francisco. «De la Colonia a la República independiente», en Historia del Perú, comp. Teodoro Hampe Martínez, Lima: Lexus Editores, 2000, p. 774.
²² Cf. Velázquez Castro, Marcel. «José María de Pando y la consolidación del sujeto esclavista en el Perú del siglo XIX», en Boletín del Instituto Riva-Agüero (Lima), vol. 23, 1996, p. 305-307. Véase también Quiroz Chueca, «De la Colonia a la República independiente», cit. [21], p. 781-784.
²³ Quiroz Chueca, «De la Colonia a la República independiente», cit. [21], p. 784.
²⁴ Reza, Documentos sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá, cit. [9], p. lxxviii.
²⁵ Cf. Quiroz Chueca, «De la Colonia a la República independiente», cit. [21], p. 785; Gálvez, «José María de Pando, el hombre del orden», cit. [2], p. 260-261. En los párrafos conclusivos de su ensayo, señala certeramente este último investigador: «Limeño de nacimiento, pero español como muchos, tuvo la posibilidad no sólo de ser ilustrado sino de haber servido a dos países y tres administraciones. Su filiación como liberal moderado y su creencia en el orden hecho bajo mano dura fue adaptado conforme al contexto que lo rodeaba…» (p. 267-268).
²⁶ Mesía Ramírez, «Fuentes para una Historia Constitucional del Perú», cit. [6], p. 231.
²⁷ Varillas Montenegro, Alberto. «El periodismo literario y su aparición en el Perú republicano», en Boletín del Instituto Riva-Agüero, vol. 35 (2009-10), p. 24-25.
²⁸ Paz Soldán, Mariano Felipe. Biblioteca Peruana. Lima: Imprenta Liberal, 1879, p. 68.
²⁹ Cf. Basadre, Jorge. La iniciación de la República: contribución al estudio de la evolución política y social del Perú, 2ª ed. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Fondo Editorial, 2002, I, p. 267-268 y 272-274.
³⁰ Quiroz Chueca, «De la Colonia a la República independiente», cit. [21], p. 786.
³¹ Cit. en Basadre, La iniciación de la República, cit. [29], I, p. 297.
³² Comp. Velázquez Castro, «José María de Pando y la consolidación del sujeto esclavista», cit. [22], p. 308-309 y 321; Basadre, La iniciación de la República, cit. [29], I, p. 296.
³³ Basadre, La iniciación de la República, cit. [29], I, p. 296.
³⁴ Ortiz de Zevallos, Prólogo a Los ideólogos: José María de Pando, cit. [5], p. iv.
³⁵ Basadre, La iniciación de la República, cit. [29], I, p. 296.
³⁶ Gálvez, «José María de Pando, el hombre del orden», cit. [2], p. 249, 268.

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