La vida del Embajador Luis Marchand Stens es mejor comprendida desde la lectura filosófica de la historia realizada por Ortega y Gasset. Su trayectoria como diplomático, en sintonía con sus colegas de generación, permitió la constitución de una política exterior a largo plazo de acuerdo con la defensa de los derechos del Perú.
Luis Marchand perteneció a una generación de diplomáticos muy destacada en la historia reciente del Perú. Ellos entregaron su vida personal y profesional para defender los intereses nacionales, gracias al desarrollo de una política exterior coherente y sólida de la que hoy somos herederos. La profesionalización del cuerpo diplomático del Perú es un logro para la política nacional que debe mucho a personas como el Embajador Luis Marchand Stens. Como afirmó el ex Canciller Rafael Roncagliolo, junto a él se encuentran otras distinguidas personalidades como Javier Pérez de Cuéllar, Juan Miguel Bákula, Carlos García Bedoya, Carlos Alzamora, Alfonso Arias Schreiber, Alberto Wagner de Reyna. Todos ellos fueron una generación que “amplió horizontes y transformó conceptos en la diplomacia peruana y la llevó a forjar nuevas alianzas por los confines del mundo, aprovechando en beneficio del país la estructura bipolar de la época» de la Guerra Fría.
Vida personal y estudios
Luis Marchand Stens, nació en la ciudad de Lima el 5 de abril de 1930. Estudió en el Colegio Militar Leoncio Prado, donde recibió la formación de servicio y compromiso con el país que demostró con creces en el desempeño de su labor como diplomático. Durante sus años: Como estudiante del Colegio Leoncio Prado consideró seguir la carrera militar, muy en el espíritu de servir a la nación. Sin embargo, optó por la Facultad de Derecho y Ciencia Políticas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), donde obtuvo el grado de Bachiller en Derecho y Ciencias Políticas y el título profesional de abogado. Fue en la universidad decana de américa donde adquirió su gran capacidad jurídica, que lo caracterizó como miembro del Cuerpo Diplomático del país.
Gracias a su formación jurídica ingresó a la carrera diplomática, aunque trabajaba desde los diecinueve años en la cancillería. Sus años de formación de Derecho en la UNMSM y los estudios de Diplomacia consolidaron su formación jurídica en Derecho Internacional, que fue el área de mayor especialización. Se casó con la también diplomática y abogada doctora Cecilia Pastor y fruto de su unión tuvieron un hijo llamado Michel, graduado en leyes, como sus padres.
Construyendo la política exterior: Su labor como diplomático
San Ignacio de Loyola propone vivir la vida en clave de “magis”, es decir, que las actividades que se realizan deben estar enmarcadas en el mayor servicio y entrega posibles. En este sentido, la labor diplomática del Embajador Luis Marchand debe comprenderse bajo la misma clave del “magis’. Desde los inicios de su carrera siempre puso todas sus capacidades personales, académicas y profesionales al servicio del país. Por ello, en sus primeros diecisiete años en el Servicio Diplomático logró ascender desde Tercer Secretario hasta la posición de Embajador en una carrera excepcional y destacada. A los cuarenta años se convirtió en uno de los embajadores más jóvenes, dinámicos y preparados que tuvo el Perú en la compleja coyuntura de la guerra fría. La vida diplomática de Luis Marchand Stens se desarrolló en diversas misiones internacionales como parte de la representación que tuvo en países como Estados Unidos de América, Chile, Ecuador y Venezuela, además de varios organismos internacionales donde cabe destacar su labor de representante ante la Misión de las Naciones Unidas en las ciudades de Ginebra, Suiza y su misión como Embajador del Perú ante la OEA en dos ocasiones.
Recorrer la larga trayectoria del embajador Luis Marchand requeriría extendernos varias decenas de páginas, por ello se ha organizado su vida en tres momentos claves: La colaboración sobre temas de justicia social en la Organización de Estados Americanos; el compromiso con la carrera diplomática a inicios del primer Gobierno de Alberto Fujimori; y la extraordinaria contribución a la historia diplomática en el diferendo marítimo con Chile.
La lucha por la justicia como embajador del Perú ante la OEA
Especialmente destacada, fue su importante labor en la construcción de políticas sobre justicia social para América Latina, sobre todo como embajador representante del Perú ante la Organización de Estados Americanos (OEA). Allí contribuyó a la reforma del sistema interamericano con propuestas en torno al acceso a la justicia, modernización del Estado, infraestructura y servicios para la población con menos recursos en la región. Igualmente, una de sus grandes preocupaciones fue la educación cívica y cultural de las poblaciones más deprimidas de la región.
Ejemplo de ello se produjo, tras las reuniones en la capital de Estados Unidos que dieron forma al Consenso de Washington en 1989 y a las políticas neoliberales que tuvieron la finalidad de resolver la crisis económica que hundía a los países del tercer mundo. En este contexto neoliberal, el Embajador Luis Marchand logró que se incorporase en la agenda de los países de América Latina que la modernización política del Estado debía ser tan prioritaria como la reforma del mercado. Se trataba de modernizar las estructuras económicas y sociales y, también, las políticas de manera que se rompiese las desigualdades sociales en los Estados de la región. Como afirmó posteriormente en 1999, en muchos países del tercer mundo “un vasto sector humano está imposibilitado, en razón de su precariedad, de participar en las ofertas del libre mercado”. De esta manera, Marchand Stens no desvinculaba el libre mercado de la necesidad de reformar el Estado para el bien de los más pobres.
Como representante del Perú ante la OEA promovió acciones para que los sectores marginales conocieran sus derechos judiciales, contasen con asistencia legal y se promoviesen las garantías del debido proceso. Sobresale, también, su labor como miembro del Comité Jurídico Interamericano (CJI) de la OEA entre los años 2000 y 2007. La labor de Luis Marchand en dicho Comité se enmarcó en el objetivo de las Naciones Unidas por erradicar la pobreza como parte de las políticas de desarrollo. Por ello, las propuestas de reforma hechas como miembro del CJI tenían una doble finalidad: Reestructurar el sistema judicial y permitir el acceso de las poblaciones en extrema pobreza a dicho sistema. Con ello, se podía superar la desconfianza y el temor de los sectores más pobres de la región frente a la estructura judicial. La labor diplomática de Marchand Stens en la OEA se volcó prioritariamente en responder a los desafíos que reclamaba la realidad socio-económica existente en América Latina. Nuevamente, su vocación de servicio y su diligencia cristiana lo impulsaron en la inclusión de las clases más deprimidas.
Como parte de su preocupación por el acceso a la justicia de los sectores pobres y la modernización del Estado, Luis Marchand vinculó sus propuestas de reformas con dos conceptos claves del lenguaje jurídico contemporáneo: La justicia y la gobernabilidad. En este sentido, en el Comité Jurídico Interamericano, el 20 de enero de 1999 afirmó que el acceso a la justicia no sólo debía ser un hecho igualitario de derecho, sino “fundamentalmente, también, un hecho real”. Por ello, afirmó ante el Comité, en la 54° reunión, que toda modernización de sistema de justicia tiene como objetivo central “poner al alcance de toda la población, especialmente de los sectores de escasos recursos, incluyendo, en determinados países, a las colectividades indígenas, el acceso a un sistema confiable, justo, eficiente y expeditivo».
El documento presentado por el Embajador Marchand en la 54° reunión del Comité fue fundamental para poner en debate la necesidad de trabajar en la reforma de la justicia en la región en beneficio de los sectores más deprimidos. Volverla inclusiva con todos los sectores de la sociedad. En este sentido, se promovieron propuestas para eliminar las condiciones judiciales que impedían el acceso a los pobres al sistema. Se reconoció, por tanto, como una prioridad fundamental buscar los mecanismos para poner la reforma y modernización del sistema de justicia al servicio de los desfavorecidos de la región.
Breve período como Canciller durante el primer Gobierno de Fujimori
Tras la elección de Alberto Fujimori en 1990 como Presidente de la República, Luis Marchand Stens fue designado como Ministro de Relaciones Exteriores en el primer gabinete ministerial, presidido por Juan Carlos Hurtado Miller. Decía sobre su designación que era “no por sus méritos», sino «por razones circunstanciales'». No obstante, sus méritos se manifestaron en el abierto compromiso de mantener la continuidad profesional de Torre Tagle. En su discurso a los diplomáticos en el Palacio de Torre Tagle anunció las claves de su trabajo como Canciller, que consistieron, como narra la Embajadora Liliana de Olarte, en la reinserción del Perú en el sistema financiero internacional y el afianzamiento de las relaciones con países vecinos y la comunidad internacional. Además, dio relevancia a la ampliación de los mercados de exportación, la captación de inversiones y la cooperación para el desarrollo, todo ello con la finalidad de combatir la pobreza extrema en la que estaba sumergido el país.
En el ejercicio del cargo, también se comprometió a profundizar la profesionalización y fortalecer la política exterior del Perú, justo en el período de mayor crisis política y económica que ha atravesado el país en toda su historia republicana. Por ello, el entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, afirmó en una visita a los pocos días de la elección de Marchand como Canciller que sería “el mejor defensor de la carrera diplomática”. Sin embargo, Luis Marchand estuvo poco tiempo a la cabeza de Torre Tagle; renunció a inicios de 1991 para evitar ser el verdugo de sus compañeros en el Ministerio. Regresó a sus labores diplomáticas como Embajador ante la OEA, donde promovió junto a otros representantes la Resolución 1080 de junio de 1991, sobre la Defensa de la Democracia en la región.
Sin embargo, tras el golpe de Estado de Alberto Fujimori ocurrido el 5 de abril de 1992, en un acto de enorme dignidad y de compromiso con sus inquebrantables valores democráticos renunció a su cargo de Embajador ante la OEA, en la carta de renuncia afirmaba que la nueva situación política del Perú requería de un embajador “…que no esté, como yo, comprometido ineluctablemente con la posición en defensa de la democracia que, como he dicho, he sustentado y defendido en diversas oportunidades, con plena conciencia ante todos los Representantes Permanentes de la Organización Hemisférica”. Concluía que su decisión está ausente de todo interés político, del que a lo largo de mi carrera y por razones inherentes a mi profesión, me he mantenido al margen de manera invariable. Ello, por lo demás, es la norma que preside el comportamiento alturado de todos los que hemos sido formados en Torre Tagle, Institución a la que profeso entrañable afecto y respeto.
En represalia, el 29 de diciembre de 1992, por órdenes del Gobierno de Alberto Fujimori fueron, en forma arbitraria e injusta, cesados de sus funciones en el Ministerio de Relaciones Exteriores ciento diecisiete miembros del Servicio Diplomático Peruano, entre los que se encontraban los embajadores Luis Marchand Stens, José Antonio García Belaunde, Allan Wagner, Manuel Rodríguez Cuadros, Felipe Valdivieso Belaunde, entre otros destacados diplomáticos. Para legitimar la nueva situación política, el Gobierno de Fujimori convocó al Congreso Constituyente Democrático luego de intervenir el Poder Judicial y cerrar el Congreso de la República. Entre los años 1992 y 2000, el Embajador Luis Marchand Stens estuvo alejado de la vida diplomática y comprometido en diversos trabajos, especialmente sobresale su labor en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con sede en Washington D.C.
Gradualmente, Marchand se abrió camino en la Cancillería con esfuerzo, inteligencia, seriedad, alternaba sus tareas oficinescas con estudios de abogacía, que coronó en San Marcos suma-cum-laude, al tiempo que sus inquietudes académicas, a la par que las jurídicas, le hicieron incursionar en campos tales como historia, literatura, economía, arte y cultura en general.
Tras vencer en segunda vuelta en los comicios de 1990, el presidente electo Alberto Fujimori, entre varias opciones, propuso a Luis Marchand, a la sazón Embajador en Chile, que se integrara a su gabinete como Ministro de Relaciones Exteriores. No se descarta que Mario Vargas Llosa, quien se alzó con la victoria en el primer round electoral, de haber sido en definitiva el candidato triunfador, también hubiese ofrecido a Marchand la cartera de Relaciones Exteriores.
En sus primeras palabras de saludo en Torre Tagle, el 30 de julio de 1990, dijo que “todos sus miembros son importantes, cada uno en su función. Expuso cuáles eran sus líneas de pensamiento. Con su habitual modestia, no se refirió a un plan suyo de política exterior, aunque en realidad sí lo era; se trataba de diez puntos que pudo avanzar notablemente durante sus escasos cinco meses como Canciller. Posteriores gobiernos democráticos han continuado implementando ese programa.
Lo que podríamos considerar como “el decálogo Marchand” consistía en las siguientes acciones u “orientaciones”, como humildemente las consideraba¹²:
En la última semana del siguiente mes, el 25 de setiembre de 1990, ante la 45ª Asamblea General de las Naciones Unidas, el Canciller Luis Marchand Stens explicaba cuatro «tendencias” en torno a las cuales discurría entonces la situación internacional:
Sabiendo ya que faltaban pocos días para dejar el cargo de Relaciones Exteriores, en la ceremonia de clausura del año lectivo 1990 de la Academia Diplomática, el Canciller hizo una invocación a los estudiantes. Manifestó que no basta la formación académica, sino que es necesario tener una muy aguda conciencia nacional. Precisó que hay que ser peruano no sólo con patriotismo, sino identificándose «con los problemas y las angustias de esa mayoría nacional que sufre los estragos de la pobreza». Esas expresiones de Marchand son espejo de su profunda sensibilidad humana. De su decidida postura a favor de la inclusión social. Constituyen un hermoso legado a los alumnos de la Academia y a todos los funcionarios diplomáticos.
De otro lado, el primer convenio de cooperación que firmó el Ministro Marchand fue con el embajador norteamericano Anthony Quainton apenas había asumido la cartera de Relaciones Exteriores. En tal virtud, se obtuvo la expansión de programas alimenticios de los Estados Unidos hacia el Perú, destinados a sectores deprimidos de la población.
Días después, el Canciller Marchand suscribía en Lima con su homólogo de la República Popular China un convenio sobre otorgamiento de una línea de crédito al Perú, sin intereses, para suministro de equipos y asistencia técnica.
Igualmente, siendo Canciller el Embajador Marchand se logró que en octubre de 1990 el Perú fuese admitido como miembro pleno de la Pacific Economic Cooperation Conference (PECC), en la que tenía estatus de observador desde 1983. La PECC constituye una especie de antesala del Asia Pacific Economic Forum (APEC), al que el Perú accedería antes de que terminara el siglo XX.
A mediados de noviembre de 1990, el Perú fue elegido para el período 1991-1993 al Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, el más importante órgano de la Organización luego del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General.
En la última semana de 1990, en vísperas de su retiro como Canciller, el Embajador Marchand tuvo la satisfacción de que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobara una resolución propuesta por él sobre apoyo a países en desarrollo que estaban aplicando programas de estabilización económica. Debe resaltarse que se trataba de la primera vez que las Naciones Unidas invocaban al mundo desarrollado y a la comunidad internacional a cooperar activamente con países que estaban aplicando programas de ajuste estructural, como era el caso del Perú.
Al dejar el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, en un mensaje fechado el 7 de enero de 1991 el Embajador Luis Marchand recordaba que generosamente había sido recibido en Torre Tagle como Canciller, cinco meses atrás, y que entonces sólo podía vaticinar que llegaría el momento del adiós. Precisó que ese momento había llegado. Con sencillez, humildad de él muy propia, manifestó que se había limitado a ser un “canalizador» de voluntades, de ideas y proyectos. Agradeció profundamente a todos en el Ministerio por la colaboración que le habían brindado.
Un día después de ese mensaje, el 8 de enero, presentaba en el patio de Torre Tagle a su sucesor, Vicealmirante Raúl Sánchez Sotomayor. Indicó que era difícil decir adiós, pero que partía “… con el sentimiento que uno de mis sueños cuando asumí esta casa se ha cumplido: Ver a todos unidos, solidarios, juntos, con la visión de que lo ético, lo moral, la preparación, la versación, deben ser siempre la piedra fundamental de esta Casa”.
Fue aún menor la gestión ministerial de Sánchez Sotomayor, quien había laborado en la Junta Interamericana de Defensa, en Washington, cuando Marchand era nuestro embajador representante ante la Organización de Estados Americanos. En ese mismo año de 1991 habrían de juramentar otros dos cancilleres. O sea, que en un mismo año calendario el Perú llegó a tener cuatro sucesivos Ministros de Relaciones Exteriores. Los aires que soplaban contra Torre Tagle pronto habrían de ser huracanados.
Al empezar el siglo XXI, con un nuevo amanecer, Luis Marchand vuelve a Relaciones Exteriores, aunque en realidad siempre había pertenecido a su alma mater torre tagliana, como él mismo lo afirmara. Al retornar a Torre Tagle bien podría haber musitado las famosas palabras del renacentista español Fray Luis de León: Como decíamos ayer…siguió dando lo mejor de sus conocimientos, de su rica experiencia, para cargos y misiones que se le encomendara dentro y fuera del país.
Una larga experiencia en las relaciones peruano-chilenas
Una mención especial merece la importante función que cumplió Luis Marchand en la construcción de la política exterior del Perú frente a la República de Chile. El 17 de febrero de 1976, siendo Secretario General de Relaciones Exteriores del Ministerio, Luis Marchand fue designado como representante especial del Perú en las dos conversaciones con Chile sobre el intento boliviano de obtener una salida al mar. Por el Tratado de 1929, el Perú debía otorgar su aprobación a cualquier intento chileno de permitir una salida marítima soberana a Bolivia por territorios que habían sido peruanos antes de 1883. El 18 de noviembre de 1976, el embajador Marchand trasmitió la posición política del Perú, que consistía en un corredor marítimo para Bolivia al norte de Arica, un área de soberanía compartida chilena-peruana-boliviana en territorio entre ese corredor y el mar, y la soberanía boliviana exclusiva sobre el mar adyacente al territorio compartido. Sin embargo, la propuesta peruana fue rechazada por la cancillería chilena el 26 de noviembre de ese año.
Años más tarde, durante el primer gobierno de Alán García se planteó en términos de la política exterior peruana el problema de la delimitación marítima con Chile. Por ello, el gobierno peruano se propuso plasmar este problema en un reclamo diplomático concreto. El 23 de mayo de 1986, el Canciller chileno Jaime del Valle recibía al Embajador Juan Miguel Bákula como enviado especial del Embajador Allan Wagner Tizón, Ministro de Relaciones Exteriores del Perú.
Durante cerca de cuarenta minutos, Bákula presentó a Del Valle el problema de la delimitación marítima y advirtió que la suya era “la primera presentación por los canales diplomáticos” del reclamo peruano ante el gobierno chileno. Tras la conversación entre el Canciller Del Valle y el Embajador Bákula, fue Luis Marchand Stens, entonces embajador peruano en Chile, el encargado de oficializar, con sello y número, el reclamo nacional ante la cancillería sureña. Ese mismo día, unas cinco horas después del encuentro entre Del Valle y Bákula, llegó al Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile la nota 5-4-M/147 de Torre Tagle. El “Memorándum Bákula”, presentado por Luis Marchand, recogía la propuesta peruana para la delimitación del espacio marítimo entre Perú y Chile.
El problema marítimo con Chile, tras infructuosas negociaciones bilaterales, obligó al gobierno peruano a llevar el contencioso a la Corte Internacional de Justicia de La Haya en 2008. En un claro gesto de continuidad política y muestra de la profesionalidad de la diplomacia peruana, el equipo peruano ante La Haya se mantuvo entre el cambio de gobierno del Presidente Alan García al del Presidente Ollanta Humala. Por ello, en 2011, el Gobierno del Presidente Humala designó al embajador Luis Marchand, ya en retiro, como abogado nacional del Estado Peruano ante la Corte de La Haya debido a su enorme experiencia jurídica y diplomática sobre el tema de la delimitación marítima, así como su experiencia de largo aliento en las relaciones entre Perú y Chile. Desde su nombramiento como abogado nacional se entregó afanosamente, en coordinación con sus colegas del equipo jurídico, en el análisis y redacción de documentos para los alegatos del Perú en la Corte de La Haya. Su nombramiento fue un claro reconocimiento a su gran capacidad y a su vocación de servicio al país que lo caracterizó desde muy joven. Paradójicamente, fue el último encargo recibido desde Torre Tagle, pues la muerte lo sorprendió el 1 de agosto de 2012.
Legado humano y académico del embajador Luis Marchand Stens
El mejor espacio para compartir lo aprendido durante la vida personal y profesional siempre serán las aulas. El Embajador Marchand fue un excelente profesor universitario vinculado, por casi una década, a la Pontificia Universidad Católica del Perú y a la Academia Diplomática del Perú, donde fue profesor desde la década de 1960 y llegó a integrar su Consejo Directivo. Incluso dictó algún semestre en la Universidad Nacional de San Agustín en Arequipa. Dada su labor como diplomático, dictó cursos de especialidad como Derecho Internacional Público, Organismos Internacionales, Política Exterior, entre otros. El Embajador Marchand no era un profesor ceñido con dureza a los contenidos del sílabo, más bien siempre compartía sus experiencias y conocimientos adquiridos durante su servicio diplomático.
El 21 de junio de 2012 disertó, en lo que sería su última conferencia en la Academia Diplomática, sobre el futuro de las relaciones peruano-chilenas tras el proceso de La Haya. En dicha conferencia, la Embajadora De Olarte recuerda que Marchand, escapando del tema, se tomó un tiempo para proponer algunos “tips” sobre el arte de negociar. Estos consistían en siempre “promover, sustentar y defender los altos intereses nacionales” y recomendó a los futuros diplomáticos aprender a mantener la serenidad a pesar de las dificultades y situaciones de peligro.
Una personalidad cristiana y nacional
El legado personal del Embajador Luis Marchand quedaría incompleto si no se recogiesen los testimonios de diversos compañeros de camino personal y profesional que recuerden en él la presencia de profundos valores cristianos y humanos como la solidaridad, la sensibilidad social, la búsqueda de la justicia, la humildad y el fino sentido del humor. Luis Marchand no sólo enalteció la vida del Perú formando parte, como se ha visto, de la construcción de una política exterior coherente y sólida, sino que, además, enriqueció a aquellas personas que entretejieron su vida con la suya.
Para el profesor César Candela, de la Universidad Católica, el gran legado del embajador Marchad ha sido su “modelo de servicio público al país” expresado en los cargos que ocupó a lo largo de su carrera diplomática y que distinguió con su conocimiento y experiencia. El padre Armando Nieto S.J. recuerda que la “prudencia, sensatez, ánimo de concordia, sentido de responsabilidad, conocimiento histórico y jurídico, serenidad y firmeza: Todo ello y mucho más es lo que nos deja como legado Luis Marchand Stens». Finalmente, el Embajador Pérez de Cuéllar, compañero y amigo de generación, recuerda que Luis Marchand era un hombre dueño de una gran sabiduría siempre discreta y tenía una cristiana actitud de humildad con sus colegas. En los diversos encargos que compartieron, afirma el Embajador Pérez de Cuéllar, “pude confirmar mi admiración por él como embajador en misiones tan importantes como Santiago, Washington y Venezuela, entre otras».
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