Pocos cancilleres del Perú han sido, a lo largo de su carrera diplomática, más brillantes; pocos, más polémicos. Pocos han dejado una impronta semejante en procesos importantes de nuestra política exterior. Y quizás ninguno haya tenido una trayectoria de vida con tantos avatares, conociendo el éxito y el poder, ora el ostracismo. Manuel Rodríguez Cuadros es un personaje de Balzac.
«Nos va a enseñar Manuel Rodríguez. Es la estrella de la promoción Túpac Amaru».
Así nos lo anunció un colega, habitualmente bien informado, su cuñado estaba en el Servicio, una mañana de 1983, en que cursábamos el tercer y último año de estudios en la Academia Diplomática del Perú.
Manuel Rodríguez Cuadros, a la sazón Primer Secretario recién retornado de París, nos enseñó Derecho Internacional del Desarrollo. Era, en efecto, brillante, aunque en honor a la verdad guardo precaria memoria de sus clases. Porque no fueron muchas; Manuel, por sus responsabilidades en la Dirección de Asuntos Económicos, andaba siempre de viaje o en ignotos encargos de la jerarquía de Torre Tagle. Y porque sus clases eran dictadas a primera hora de la mañana, momento en que yo, joven veinteañero, solía dormitar aún.
Manuel Rodríguez Cuadros nació en el Cusco el 17 de marzo de 1949. Su carta astral señala ya un rumbo de privilegio, pero por un camino no muy fácil, salpicado de momentos estelares y de períodos de oscuridad.
Es hijo de doña Elva Cuadros de Rodríguez y de José Gabriel Rodríguez Figueroa. La vocación de educador de su padre, quien fuera Director General de Educación Común, profesor secundario, catedrático sanmarquino e impulsor de la renovación en la educación nacional, influyó sin duda en uno de los rasgos más saltantes de Manuel, su permanente voluntad de hacer pedagogía.
En su tierra natal, el Cusco, inició su escolaridad en el Colegio Santa Ana, continuó su educación primaria en Tacna, donde su padre había sido trasladado como Director de Estudios de la GUE Francisco Bolognesi. Un nuevo traslado del educador, nombrado Director de Estudios y luego Director de la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma, en Surquillo, permitió a Manuel descubrir Lima. Aquí estudió el tercer año de primaria en el Colegio Gimnasio Peruano, de Santa Beatriz; y a partir del cuarto año de primaria hasta el 5to. de secundaria, en la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma.
Toda mi secundaria la hice dentro de un plan piloto de reforma educativa, basado en la educación activa, recuerda Manuel. Terminé la secundaria en 1966 y, no obstante haber ganado una beca de la Universidad de Lima, por ser el número uno de la promoción, me presenté a San Marcos para seguir estudios de letras. Tenía, quizás por la profesión de mi padre y algunas lecturas de la historia de Basadre, la convicción de que mi educación superior no debía, sino que tenía que ser en San Marcos. Ingresé y entre 1967 y 1968 culminé mis estudios de letras, egresando con un puesto de honor. En ese tiempo se seguían cursos electivos, prerrequisitos para las carreras profesionales. Yo seguí los electivos que me habilitaban a estudiar derecho, filosofía o sociología. Allí se inició mi visión del derecho como ciencia social y mi inquietud sobre la filosofía del derecho. Tuve profesores que influyeron muy fuertemente en mi formación intelectual y en mi visión del Perú. El Perú siempre ha sido el referente de toda mi vida universitaria y profesional. Entre ellos a Augusto Salazar Bondy, Javier Pulgar Vidal, Juan Bautista Ferro, José Matos Mar, Augusto Tamayo Vargas, Ella Dumbar Temple, José Russo Delgado y Carlos Aranibar.
Sus años de letras estuvieron marcados por lo que, según sostiene, quizás haya sido la última fase de una universidad excepcional en su calidad académica, con una Facultad de Letras que acogía la vanguardia del pensamiento sociológico, literario y filosófico. Al mismo tiempo la política universitaria captó su atención, acentuando una tendencia que venía cultivando desde el colegio. “Me impactó, dice, la hegemonía que en ese momento tenía en la vida universitaria sanmarquina dos visiones muy dogmáticas, la marxista del FER y la del APRA. Formé una agrupación independiente, el Frente Unido de Estudiantes de Letras, vinculado a las visiones de izquierda democrática del social cristianismo. En ese tiempo asistía mucho a las reuniones de análisis de la realidad nacional que hacía la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, UNEC, cuyo local estaba a pocos pasos de Torre Tagle.»
Entre 1968 y 1974 estudió Derecho en San Marcos; desde 1971, de manera paralela a sus estudios en la Academia Diplomática. “Allí tuve un gran profesor, Mario Alzamora Valdez, y un excepcional maestro que guio toda mi formación jurídica y humana, Carlos Fernández Sessarego, él me abrió las puertas del razonamiento jurídico y me enseñó a conciliar el derecho como profesional con el derecho, como deber ser, de la vida y la sociedad”, Manuel integró el estudio del maestro desde el primer año de Derecho en San Marcos y durante todo el tiempo que estudió en la Academia Diplomática.
La Academia Diplomática, justamente. Período crucial en su vida, como en la de todos quienes hemos pasado por sus aulas. Allí estuvo entre 1971 y 1973; años de la mayor efervescencia de lo que era ese curioso experimento de gobierno nacionalista de militares de izquierda. El balance del gobierno revolucionario de las fuerzas armadas puede ser muy controversial; lo es menos el desarrollo de una dinámica política exterior sostenida por un cuerpo de diplomáticos de carrera de enormes calidades, entre ellos destacaba Carlos García Bedoya, Secretario General de la Cancillería entre 1970 y 1976. “En su oficina”, recuerda Manuel, “casi a diario conversábamos sobre el Perú y la política exterior, él me introdujo en el campo de las Relaciones Internacionales como ciencia social». Al terminar la academia lo designó como profesor de su curso de Teoría de las Relaciones Internacionales.
Sus inicios en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en 1974, los hizo como Tercer Secretario de Cancillería en el Departamento de América Limítrofe, a cargo de las carpetas de Ecuador, Colombia y Brasil. Pasó luego, sucesivamente, a la Dirección de Estudios de la Sub Secretaría de Planeamiento (1975) y, ya como Tercer Secretario, a la Jefatura del Departamento de Países No Alineados y Tercer Mundo (1976); eran puestos en ese momento muy importantes para la gestión de la política exterior, y en la práctica, Manuel Rodríguez Cuadros, pese a su categoría diplomática, era un asesor directo del Ministro de Relaciones Exteriores, General Miguel Ángel De La Flor, para celos de muchos, que tratarían de pasarle la factura cuando cambiaron los vientos y los personajes de la Revolución, a partir de agosto de 1975.
Manuel pudo sobrevivir a este, primero entre muchos, desencuentro con el poder, hubiera sido insensato privarse de un funcionario de esa capacidad. En 1977 asumió su primer puesto en el exterior, como Tercer Secretario en la Representación Permanente del Perú ante la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en Montevideo (Uruguay), allí contribuyó muy activamente en el proceso de transformación de la ALALC en una nueva organización de integración regional, hasta la creación, en 1980, de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI).
Paralelamente, ya como Segundo Secretario, en los años 1979 y 1980, asesora al Embajador Carlos García Bedoya, ahora Ministro de Relaciones Exteriores, en la gestión de importantes procesos de la política exterior peruana. Participa así en iniciativas como el reconocimiento del estado de beligerancia en Nicaragua, que fue un factor que influyó en la caída de la dictadura de Somoza y la instauración de la democracia; el fortalecimiento institucional del Pacto Andino con la creación del Consejo Presidencial, el Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores y el Tribunal de Justicia del Acuerdo de Cartagena, o la negociación y aprobación del “Mandato de Cartagena”; decisivo para la proyección política de la comunidad andina y el impulso a la democracia, como se demostró con la suspensión de Bolivia ante el golpe militar del Coronel Busch en plena Asamblea General de la OEA en La Paz.
En 1980 es nombrado Segundo Secretario de la Embajada del Perú en Francia. Allí, poco después de ascender a Primer Secretario, participó en las complejas negociaciones con el gobierno francés cuando, en el contexto de la guerra de las Malvinas, este último embargó la entrega de misiles Exocet adquiridos por nuestro país. Como producto de dichas negociaciones se obtuvo compensaciones para el Perú.
En sus años de París también fue representante alterno del Perú ante el Consejo Intergubernamental de Países Exportadores de Cobre (CIPEC), y continuó sus actividades académicas en la Universidad París V hasta obtener el Máster (D.E.A) en Derecho Internacional, con mención en Derecho Internacional del Desarrollo. Obtuve el grado, cuenta Manuel, con una tesis sobre El Proceso de Integración Latinoamericano: La sustitución de la ALALC por la ALADI. Una anécdota, mi profesor del curso de Relaciones Internacionales Financieras fue el profesor Alain Pellet. No imaginamos que nos encontraríamos treinta años después como abogados del Perú en la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
En aquella primera mitad de los años ochenta la situación nacional distaba de ser alentadora, con Sendero Luminoso creciendo y la economía flaqueando (el 83, hasta donde recuerdo, con un Niño devastador el PBI cayó en más del 10%). La Cancillería no la pasaba mejor, en un ambiente moroso distante del dinamismo de la década anterior. Para colmo, el ingreso de mi promoción a la vida profesional, en 1984, se dio en circunstancias de conflicto entre el Servicio Diplomático y el Gobierno: La decisión del Canciller y Vicepresidente Fernando Schwalb de suprimir por un año el ingreso a la Academia Diplomática provocó la renuncia del Secretario General, Embajador Julio Ego-Aguirre, quien recibió la solidaridad de la Asociación de Funcionarios del Servicio Diplomático, presidida por el Subsecretario de Política Exterior, Embajador Hubert Wieland. El Canciller nombró a un Embajador en retiro como Secretario General y el Embajador Wieland cayó en relativa desgracia.
Una consecuencia de ello es que el eje principal de la política exterior, al menos institucionalmente, pasara a la Subsecretaría de Asuntos Económicos, dirigida por el Embajador José Carlos Mariátegui, quien contaba con la colaboración de dos personalidades de excepción: El recientemente ascendido Embajador Oswaldo de Rivero y el Primer Secretario Manuel Rodríguez. En el curso de 1984 Mariátegui pasó a ser Secretario General, con lo cual esta tendencia se fortaleció, y la influencia de Manuel también: Más allá de sus responsabilidades funcionales específicas como Director de Asuntos Económicos, el Secretario General le consultaba los más diversos temas y lo involucró directamente en el cumplimiento de uno de los objetivos más notorios de su gestión: La reformulación de los principales instrumentos reglamentarios que regían el funcionamiento de la Cancillería, incluyendo la Academia Diplomática.
Luego de ascender a Consejero en primer lugar, Manuel Rodríguez fue nombrado a la Representación Permanente del Perú ante las Naciones Unidas. Allí, entre 1986 y 1989, desempeñó diversas funciones importantes, como Presidente de la Comisión Social del ECOSOC, negociador del Grupo de Río sobre el conflicto centroamericano y la situación de los derechos humanos en El Salvador y Guatemala, miembro del Comité contra el Apartheid, o Presidente de la Task Force de Naciones Unidas sobre los prisioneros políticos en Sudáfrica. En aquellos años también obtuvo un diploma de post-grado en “American Politics» en la New York University.
En 1991 dicho Canciller tuvo que afrontar su primera crisis internacional sería con uno de los, en aquellos años, recurrentes incidentes con el Ecuador. Patrullas de ambos países estuvieron a punto de enfrentarse en la zona del hito Cusumasa Bumbuiza. El experimentado Canciller Ecuatoriano Diego Cordovez, en lo que se conoció como «Pacto de Caballeros», negoció telefónicamente con Torres y Torres Lara una solución que en la práctica dejaba en posesión ecuatoriana territorio considerado peruano. Manuel Rodríguez, en ese entonces Director de Límites, en cuya calidad había participado en la separación de fuerzas en la zona, se opuso a dichos arreglos. Una publicación periodística dio cuenta del tema alertando de la imprudencia del Canciller. La gestión de Torres y Torres Lara quedó herida de muerte, pero Manuel Rodríguez quedó marcado como un personaje “desleal” para el oficialismo, y pasó a ocupar un cargo de escasa relevancia para la gestión de la política exterior peruana, como Director de Asuntos Aéreos.
Este y otros procesos se quebraron con la ruptura del orden constitucional el 5 de abril de 1992. Blacker Miller trató de erigirse inmediatamente en el vocero y figura principal del nuevo régimen. Pero perdió en el pulseo con el verdadero pilar del mismo, el Ministro de Economía Carlos Boloña Behr. Y a los pocos días tuvo que dejar la Cancillería en manos del flamante Presidente del Consejo de Ministros, Oscar De La Puente Raygada.
Entre esos funcionarios se encontraba Manuel Rodríguez Cuadros. Estaba entonces en El Salvador, trabajando para la Misión de Paz de las Naciones Unidas como Asesor Principal de la División de Derechos Humanos. Desde allí escribió una carta al Canciller De la Puente denunciando una decisión que violaba «las garantías constitucionales, las normas del debido proceso administrativo y obligaciones internacionales que constituyen normas de derecho interno”. Además de explicitar los vicios sustantivos y procesales de la medida, en su carta Manuel Rodríguez alertaba sobre la gravedad de las disposiciones adoptadas mediante los decretos leyes modificatorios de la Ley del Servicio Diplomático de la República y la Ley Orgánica del Ministerio de Relaciones Exteriores, que en su concepto significaban la disolución de la institucionalidad del Servicio Diplomático de la República. De acuerdo a la nueva legislación la diplomacia desaparece como profesión y como carrera pública. Se sustituye la concepción moderna y responsable, desde el punto de vista de la defensa nacional, que la sitúa al servicio del estado y del pueblo, por otra que se recupera de un pasado ya superado por casi todos los países del mundo. Tributaria de la concepción absolutista del Estado, en la que el Servicio Diplomático se pone al servicio del gobierno. Es decir, del ejercicio coyuntural del poder, politizando el proceso de elaboración y ejecución de la política exterior.
En febrero de 1995, el conflicto del Cenepa con el Ecuador y el inicio de conversaciones para resolver los “impases subsistentes” implicaron que Torre Tagle recuperase espacios: Después de todo, la diplomacia profesional demostraba su utilidad. Esto posibilitó cierta flexibilidad para el retorno progresivo de algunos de los funcionarios que fueran cesados arbitrariamente en 1992. Ese fue también el caso de Manuel Rodríguez, gracias a la intervención directa del Canciller Eduardo Ferrero en 1998. Manuel debía asesorarlo en cuestiones limítrofes, y especialmente en las negociaciones con el Ecuador. Sus diferencias con el coordinador del equipo negociador peruano, y posteriormente Canciller, Fernando de Trazegnies limitaron, empero, su influencia en el proceso. Al poco tiempo fue nombrado Representante Permanente Alterno del Perú ante los Organismos Internacionales con sede en Ginebra, Suiza.
Allí fue elegido, a título personal, Miembro de la Sub Comisión de las Naciones Unidas para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos, integrada por veintiséis expertos independientes provenientes de todas las regiones del mundo. Entre otras cosas, en el ejercicio de sus funciones en dicha subcomisión, de la cual llegó a ser Vicepresidente, presentó un proyecto de resolución, aprobado por unanimidad, sobre la detención, extradición y juzgamiento de altos funcionarios del Estado, incluidos los jefes de estado o de gobierno, responsables de crímenes de lesa humanidad. Otro proyecto de resolución suyo, sobre la protección internacional de la democracia, fue aprobado por la Sub Comisión y la Comisión de Derechos Humanos; en dicho documento por primera vez se reconoce los atributos o características de la democracia como régimen político.
En el ínterin se habían realizado las elecciones generales que designaron a Alejandro Toledo como nuevo Presidente Constitucional de la República.
El 28 de julio de 2001 asume el nuevo gobierno. El primer Canciller es Diego García Sayán, y Manuel Rodríguez, que había trabajado con él en Centroamérica, es nombrado Viceministro y Secretario General de Relaciones Exteriores.
En julio de 2002 Allan Wagner es designado Canciller por segunda vez. Manuel colabora con él en la promoción de la Alianza Estratégica con el Brasil, el impulso a los procesos de integración, en particular la Comunidad Andina y MERCOSUR, el fortalecimiento de mecanismos de cooperación con países como Bolivia, Colombia, Ecuador, Chile y México y el inicio de conversaciones conducentes al TLC con Estados Unidos. Además, respondiendo a una vocación compartida por el Canciller y su Viceministro, se formula la Política Cultural Exterior.
Cuando a fines de 2003 Allan Wagner dejó el cargo para asumir la Secretaría General de la CAN, la designación de Manuel Rodríguez Cuadros como Ministro de Relaciones Exteriores no fue una sorpresa.
El legado principal de su período tuvo su realización principal el 27 de enero de 2014, con el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya sobre la delimitación marítima entre Perú y Chile que acordó a nuestro país derechos de soberanía y jurisdicción sobre tres cuartas partes del área reclamada. Dentro del grupo de peruanos ilustres que hicieron posible este logro, liderados por el Embajador Allan Wagner Tizón, Agente del Perú ante la Corte, destaca Manuel Rodríguez Cuadros, fue él quien, luego de un exhaustivo y cuidadoso proceso de análisis en el que participaron funcionarios de la cancillería y juristas internacionales, decidió dar los pasos necesarios para llegar a una delimitación marítima con Chile. La estrategia diseñada implicaba recurrir al Pacto de Bogotá de 1948 para poder llevar a Chile a resolver la controversia marítima ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Para ello era indispensable agotar la posibilidad de una solución negociada.
El 19 de julio de 2004 el canciller peruano dirigió a la Ministra de Relaciones Exteriores de Chile, Soledad Alvear, una Nota Diplomática proponiendo la inmediata apertura de negociaciones para resolver la controversia marítima entre ambos países. La respuesta negativa de Chile abrió el camino para que el Perú pudiera entablar su demanda ante la CIJ., aún más: Manuel Rodríguez obtuvo que en un comunicado conjunto suscrito con el sucesor de Soledad Alvear, Ignacio Walker, el 4 de noviembre de 2004 en Río de Janeiro, se reconociera la existencia de la controversia por la delimitación marítima. El texto del comunicado consignaba: “Los cancilleres reafirman que el tema de la delimitación marítima entre ambos países, respecto del cual tenemos posiciones distintas, es una cuestión de naturaleza jurídica y que constituye estrictamente un asunto bilateral que no debe interferir en el desarrollo positivo de la relación entre Perú y Chile” Durante su gestión se inició también la elaboración de la ley de líneas de base, indispensable para sustentar la reivindicación peruana.
A nivel bilateral, y como una demostración más de su voluntad de descentralizar la gestión de la política exterior, con Brasil también se llevó a cabo la primera visita de un Canciller del Perú a un gobierno sub nacional, el del Acre. Se firmó en esa oportunidad un compromiso para que la parte brasileña construya el puente Assis Brasil -Iñapari, fundamental para la construcción de la carretera transoceánica.
En agosto de 2005 presentó su renuncia al cargo de Ministro de Relaciones Exteriores. Fue nombrado representante permanente del Perú ante las Naciones Unidas y otras Organizaciones Internacionales con sede en Ginebra, entre ellas la Organización Mundial del Comercio, la Comisión de Desarme de las Naciones Unidas, la Organización Mundial del Trabajo, la Organización Mundial de la Salud y la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual. En el ejercicio de sus funciones fue elegido Presidente de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en el crucial período de transición entre ese organismo y el Consejo de Derechos Humanos. También fue Presidente de la Comisión de Desarme.
El retorno de Alan García al poder marca el inicio de un nuevo ciclo en la azarosa y singular carrera de Manuel Rodríguez Cuadros. En su discurso inaugural el Presidente criticó directamente al ex Canciller por el precio que el estado pagaba por la residencia del Representante Permanente en Ginebra. Manuel Rodríguez conseguiría probar luego que no había obrado en contra de los intereses del estado ni del marco administrativo regular, pero quedó en evidencia que no gozaba de la confianza del Ejecutivo. Discrepaba además de algunas de las posiciones que el gobierno estaba adoptando en política exterior. En noviembre del 2006 pidió su pase a la disponibilidad; volvió entonces a una de sus vocaciones centrales, fundando el Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales y Derecho Internacional (Iladir), en la Universidad Tecnológica del Perú. El año 2008 publicó el libro Delimitación Marítima con Equidad: El caso del Perú y Chile (Editorial Peisa).
A fines del 2009 las relaciones entre Perú y Bolivia atravesaban por un momento particularmente complicado. El Presidente García y el Canciller José Antonio García Belaúnde decidieron entonces que los servicios del ex Canciller Manuel Rodríguez Cuadros podían ser útiles en la coyuntura, y le propusieron asumir la Embajada en La Paz. Manuel Rodríguez aceptó el reto, y a los pocos meses, los jefes de estado de ambos países, cuyos vínculos hasta entonces habían oscilado entre la frialdad y la agresividad, suscribían el 19 de octubre del 2010, los Acuerdos de Ilo negociados por el Embajador en un tiempo récord. Los acuerdos tuvieron que ser modificados luego para responder a las preocupaciones y atingencias de diversos sectores, sobre todo en el Congreso; pero se mantuvo el logro político clave de la recomposición de la relación bilateral.
La tentación política, siempre latente, regresó entonces con fuerza. El 31 de diciembre de 2010 Manuel Rodríguez renunció al cargo de Embajador del Perú en Bolivia para ser candidato de Fuerza Social a la Presidencia de la República. Ya en las elecciones anteriores algunos sectores, incluyendo el partido de gobierno Perú Posible, habían sondeado la posibilidad de la presentación de su candidatura.
Su austera campaña, pese a haber puesto de manifiesto su capacidad y cualidades para dirigir la gestión del Estado, no pudo superar a otras fuerzas y personalidades políticas de mayor trayectoria en lides electorales. Manuel Rodríguez renunció antes de que se realizaran las elecciones, y se concentró en continuar sus aportes al tema central de nuestra política exterior en estos años: La delimitación marítima con Chile.
En 2010 había publicado su segundo libro sobre la materia, La soberanía marítima del Perú (Derrama Magisterial, 2010), con base en el cual se realizó, en coordinación con el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación Peruana y la Derrama Magisterial, una campaña nacional para difundir las tesis peruanas en todos los colegios de la República. A esta publicación seguiría una tercera obra en 2012: Derecho Internacional de la Delimitación Marítima. Mientras tanto, durante la fase escrita del proceso ante La Haya había sido convocado a ser miembro de la Comisión Consultiva Ad Hoc que asesoró a la Cancillería. Para la fase oral fue integrado al equipo jurídico como abogado del estado peruano. En esa calidad estuvo presente en las sesiones de sustentación de los alegatos ante la Corte Internacional de Justicia, en diciembre de 2012, y en la lectura del histórico fallo, el 27 de enero de 2014.
Con miras a esta publicación le pregunté a Manuel qué consejos daría a los jóvenes diplomáticos; opio su respuesta:
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